Viva lo tradicional, aunque no siempre

Torrijas
Torrijas

Voy a pillarme un proyector para conectar al ordenata y lanzar su imagen sobre una pantalla. Cine a domicilio, qué demonios. Aunque hay que seguir yendo a las salas, sobre todo ahora, y ya era hora, que el Gobierno ha tenido a bien rebajar el IVA. Voy a vender mi coche y a comprar una bici eléctrica para subir las cuestas de la ciudad. Queda uno muy hipster y molón. Voy a seguir comprando vinilos de segunda mano sin parar, que son tendencia. Esta Semana Santa me niego a hacer torrijas de horchata y otras guarrerías que he visto en la red. Haré las de siempre, con pan, leche, azúcar, huevo y canela. Me gusta, aunque no siempre, lo tradicional. La cocina tiene mucho de tradición, aunque me encanta poder innovar. Cocinar, cocinar me mola. Me gustan las cosas hechas a fuego lento, poquito a poco, en los fogones y en la vida. Las llamas puede ser que gusten a algunos, pero a mí no: calientan muy rápido y en muy poco tiempo, y luego solo queda mal olor y ceniza. Hacer las cosas a fuego lento –en el cine, en la bici, en la música, en la cocina, en la vida- es garantía de un sabor inigualable.

De pucheros

Olla
Olla

La costumbre humana de meter un porrón de cosas en un puchero, cocerlas y comerse después caldos, legumbres, hortalizas y despojos varios es tan vieja como la historia del mundo. El planeta es una gran olla de olores diversos, y las recetas de los potajes proliferan por donde uno mire. Desde las múltiples variantes de los cocidos con garbanzos y otras legumbres de la piel de toro -con esa receta de nombre bestial, olla podrida– a la adafina judía, pasando por el cuscús norteafricano y los excesos de cocción británica, todo el orbe es una gran olla puesta al fuego. Lo extraño es que a estas alturas haya tantas personas que pasan hambre, y que los platos de unos estén tan llenos y los de otros, la mayoría, sigan estando tan vacíos. Así no es de extrañar que el orbe, desde el espacio, seguro que deba verse como una olla exprés echando vapor a lo bestia y que algún día, ¡ay!, corra el riesgo de reventar por exceso de presión.

Ruge la lorza

Don Draper
Don Draper

«Hay momentos del año, doctora, en los que me ruge la lorza. Mi cuerpo demanda energía para almacenar, y la consigue de donde puede. Esta es buena época del año para hacer acopio. Frutos secos, garrapiñadas, chocolate, bombones, turrones, polvorones, peladillas, frutas confitadas, comidas de empresa, comidas con los amigos… Los michelines van engrosando y se convierten en miguelones. Platos de cuchara y pucheros sin fin. Todo vale para el objetivo de irse recubriendo de grasilla que proteja del frío. Me como todo lo que se me pone por delante. ¿Puedo meterle mano? No, por dios, no a usted, doctora; no me tome por el macizorro ese de Mad Men, el Don Draper. Me refiero a su nevera. ¿Puedo meterle mano a su nevera? ¿Tiene algún pastelillo dentro? Mejor engordar a base de proteínas e hidratos de carbono y no ingiriendo la dieta del Departamento de Estado de EEUU, que son los cables esos revelados por Wikileaks. ¿Y yo que pensaba que trabajar en una embajada debía de ser más bien tedioso? ¡Están todo el día dándole a la tecla, doctora! ¡Esos sí que tienen nutrientes informativos para repartir a diestro y siniestro!»