El rey, a portagayola

El rey, durante su discurso nochebuenesco
El rey, durante su discurso nochebuenesco

«Pues yo no sé a usted, doctora, pero a mí me desconcertó mucho lo del discurso del monarca en esta Nochebuena. Más allá de las palabras habituales tan augustas, que pretenden responder a la situación de angustia real y generalizada que se vive en el nuestro país, me chocó esa cuestión del lenguaje postural de Su Majestad. Ese recibir a las cámaras que le estaban grabando digamos casi que a portagayola, como dicen los taurinos, ahí asentadico en el borde de la mesa de su real despacho, como las charletas que se soltaba el bueno de José María Carrascal al filo de la medianoche en Antena 3 años ha. ¿Se acuerda, doctora, del informativo aquel? Toda la vida acostumbrado uno a ver a SM apoltronado para dirigirse a los españoles/as, y ahora resulta que pega un bote y se acomoda en el borde de la mesa, al filo de lo imposible. Dicen los entendidos que la Monarquía se está modernizando, pero los hay malvados que van más allá y dicen que, si se quieren modernizar de verdad, dé un paso al frente para irse atrás, se vayan con sus pompas y sus atavíos y venga la Tercera República, que es una construcción más avanzada que esta monarquía centenaria. Para la próxima consulta, doctora, creo que voy también yo a variar la liturgia de esta consulta: en vez de estar tumbado en el diván, me voy a sentar en el borde de la mesa a pegar la hebra con usted. ¿Qué tiene que decir?»

Agujeros zampadores

Cecilia
Cecilia

«»A cada paso que piso», doctora, «un paso menos que dar», cantaba Cecilia. Lo malo, doctora, es pasos, ¿hacia dónde? Porque, oiga, estos días veo a mis congéneres dar un paso, y de repente se abre ante él, o ante ella, en plena calle, un abismo negro y sin fondo y, ¡pumba!, se lo zampa. Y mira que el congénere aquel o aquella iba prevenido y preparado para la catástrofe, pero pal fondo que se ha ido sin decir amén. «¡Otro que ha caído!», pienso mientras me arrebujo en mi existencia, no vaya a ser que también se la zampe ese negro agujero. Porque, oiga doctora, usted que es tan lista, con esos doctorados y esos másteres que orlan su trayectoria, ¿dónde van a parar todas las ilusiones y todos los sueños, todas las vidas que se está comiendo esta puta crisis sin eructar siquiera? ¿Alguien lo sabe? Antes íbamos al cielo o al infierno, pero ahora parece que acabamos vagando todos en un limbo incierto, como los satélites sin uso que forman cadenas de basura interestelar alrededor de nuestro planeta, sin volver a emitir jamás señales.»

La peluquera búlgara

Hairbrush / by Milos Vanilos
Hairbrush / by Milos Vanilos

«Estaba en una peluquería de mi barrio a la que no suelo ir, doctora, y la peluquera que me estaba cortando el pelo se me quedó mirando fijamente a los ojos mediante sus ojos reflejados en el espejo. No sé si miraba así porque era búlgara, según me confesó al rato, y yo soy ignorante en los usos y costumbres del mirar de los búlgaros/as. El caso es que mi padre tuvo hace muchos años un jefe búlgaro que huyó del entonces régimen comunista de su país y montó una empresa de artes gráficas en Málaga allá en los años 80, pero nunca caí en preguntarle a mi padre cómo es la mirada intensa a la búlgara. Perdone, doctora, regreso a la peluquería, que se me va la olla con mis elucubraciones. Vuelta al momento espejo: me preguntó la susodicha peluquera tras el intenso cruce de ojos; bueno, afirmó tajante: «Tienes cara de reportero». «Pues has acertado», repuse, «porque soy periodista; aunque ya no sé bien qué soy», añadí. A partir de ahí entramos en una animada discusión sobre si la función del ser humano moldea la cara, o al final nos dedicamos a las cosas para las que la genética nos da la cara. Hay gente con rostros de malagente: hace unos días, en el Metro, iba una pava con cara de malaje hablando por el movileto, doctora. La pava iba hablando con su interlocutor/a de cómo reducir al mínimo la indemnización que tenía que percibir una persona a la que quería despedir al amparo de esta puta crisis. Y a la pava ni se le torcía el gesto, ni nada. Parecía hasta feliz, doctora, de poder perpetrar semejante crimen. Me dieron ganas de vomitar por ella, o de denunciarla, y de contarlo en directo vía Twitter, que para eso tengo todavía algo de reportero según adivinó la peluquera búlgara.»