Viva la vida

Epitafio
Epitafio en una de las tumbas del British Cemetery: puro humor inglés («Perdónenme. A sus pies»)

No sé si movido por el efecto fúnebre del pacto de las derechas andaluzas, he aprovechado para visitar un par de cementerios singulares que existen en el sur de Carabanchel, mi distrito natal. Tal vez ese asunto noticioso no haya tenido nada que ver y es que soy así de raro, que también. Pero he quedado conmigo mismo en no hablar más de esa fuerza populista de ultraderecha para no darle cuartos al pregonero, que suficiente han hecho ya todos los medios del mundo mundial y todos los voceros de las redes sociales para fijarles en las retinas del personal. Así que no hablo más de lo que no me interesa.

Al tema: camposantos singulares en el sur de Carabanchel, en efecto. Hay varios, con origen en el siglo XIX e incluso antes. Solemnes. Majestuosos. Inmensos. Sitos en el medio de lo que ahora son barriadas y que en el momento de su creación debían ser meros cerros pelados enfrente de la capital, al otro lado del río. Repletos de cipreses, de esculturas, de epitafios, de panteones. Recintos de silencio en el medio de un barrio tan bullicioso; qué contraste.

A la altura del metro de Urgel hay uno bien singular, el Cementerio Británico, presidido desde 1850 por un escudo de su Casa Real. Un trozo de tierra en donde reposan deudos procedentes de medio mundo, con diferentes credos y nacionalidades. Gentes nacidas en todos los confines y que han acabado reposando en un enclave de este distrito sureño. Mira que es pintoresco mi Carabanchel: debe de ser uno de los distritos -dejando al margen los históricos del centro de la Villa- con más rincones peculiares de la ciudad.

Puede ser que visitar cementerios históricos sea raro. Yo creo que en otros países se estila más, pero en esta España nuestra que generalmente ignora la memoria y desprecia su historia somos harina de otro costal, me temo. A mí se me antoja que estos lugares dan también paz y muchas ganas de disfrutar del tiempo que nos queda por vivir, mal que le pese a todos aquellos que quieren devolvernos a tiempos pretéritos. Así que viva la vida, qué demonios. 

Los peores fantasmas son nuestros miedos

The haunting of Hill House
The haunting of Hill House

Los peores fantasmas son nuestros miedos. Nuestro peor enemigo es el enemigo que llevamos dentro. El amor es nuestra tabla de salvación y lo único por lo que merece la pena vivir. 

De todo esto habla, en mi modesta opinión, una maravillosa serie de ficción que se puede ver en la plataforma de vídeo Netflix, La maldición de Hill House. No tengo duda alguna de que es una de las mejores series que he visto. La trama de este drama gira alrededor de las complejas relaciones que se mantienen en una familia (¿hay alguna familia en la que no haya alguna que otra compleja relación?), alrededor del hechizo de una casa que ha trastornado sus vidas para siempre.

Los actores son soberbios; la caracterización, extraordinaria; la puesta en escena, impregnada de una perfecta dramaturgia; la música, el guion… Todo es redondo en esta serie, con momentos para reír, llorar y estremecerse. Estremecerse, unos cuantos momentos (mejor no ver la serie de noche y a solas, que la oscuridad da sustito después de tragarse un capítulo).

La maldición de Hill House es de terror, pero llevadero. Lo suficiente para tenerte en tensión e ir descubriendo el misterio. Yo las series de terror por terror no las soporto; esta es de terror, sí, pero un poco solo. Soportable hasta para  los miedicas como un servidor.

Y el final es tan redondo… No lo cuento para no hacer spoiler, como se dice ahora. Pero en el desenlace todo cobra sentido y la conclusión te reconcilia con todos los personajes de una serie vitalista, porque, en contra de lo que pudiera parecer cuando uno comienza a verla, infunde vida, porque anima a vivir y a dejarse hechizar, o a encantar. Y a amar.

 

Qué más da que nunca llegara el Scalextric

Reyes Magos de Playmobil
Reyes Magos de Playmobil

Estos días recuerda uno la emoción de los días de la infancia, cuando se esperaba la llegada de los Reyes Magos y de los ansiados regalos. En aquel entonces, cuando yo era pequeño, era casi la única época del año –junto con el cumpleaños y tal vez el fin de curso- en la que uno solía recibir regalos. Eran otros tiempos, que los niños de hoy en día, aparentemente tan hastiados y sobrados de cosas, no pueden ni imaginarse. Yo y mis hermanos teníamos un tope de tres juguetes, y los Reyes nunca me trajeron ni el Ibertren, ni el Scalextric, que sí dejaban en otras casas más pudientes.

Ay, ¡aún hoy miro la caja de los Scalextric en las tiendas con aquel deseo de lo que nunca llegó! Qué más daba. Eran días de espera y de ilusión, fuese lo que fuese que uno se encontrara al despertar la mañana del día 6. Al final, lo más importante es mantener la ilusión, y no precisamente por las cosas materiales, sino por todas las curvas y las emociones que la vida te puede deparar. La clave es mantener la ilusión, las ganas y la curiosidad de aprender en este Scalextric que es la vida.