Nostalgia de «¿como están ustedes?»

Si asomaran los payasos por el borde de la tele (no los tristes payasos que entristecen la realidad todos los días, sino los de antes, los de la familia Aragón, los de verdad) y preguntaran «¿cómo están ustedes?», la respuesta no iba a ser demasiado entusiasta, pero seguro que a más de uno se nos dibujaría una sonrisa en el rostro. Una sonrisa, incluso una risa, que es el mejor arma contra el miedo que nos atenaza en estos tiempos oscuros de crisis sin fondo. La risa que conocimos los que fuimos niños con ellos, con los payasos de la tele, y aquel su mágico saludo de bienvenida al mundo de la risa, del humor. Hace falta reír, pero es que hay muy pocos motivos. En la negra España, con este triste ser que tenemos de presidente, en cuyos doce meses de victoria electoral todo ha ido a peor. En la gris Europa, que nos lleva del brozal de los recortes sin que se sepa muy bien para qué vale tanto sufrimiento, salvo para darle gusto a Merkel y a los bancos alemanes, porque la recesión sigue viento en popa. En el mundo, lleno de locura y mezquindad (una buena noticia: alto el fuego en Oriente Próximo; ojalá dure y se llegue a una solución definitiva de dos estados que coexistan y convivan). La risa vence el miedo, como bien sabía Miliki, que acaba de irse seguro que sin dejar de sonreír y cuyas canciones seguirán trayéndonos risas del pasado, y risas de futuro a mi hija.

Las prioridades de cada cual

Doris Lessing
Doris Lessing

En esta mañana meona en el Foro, por lluviosa, releía la introducción a El cuaderno dorado, de la novelista Doris Lessing. Hay una parte en la que Lessing habla de los sistemas educativos que moldean a nuestros hijos que me ha interesado de manera especial: «Desde el principio, se entrena al niño a pensar así: siempre en términos de comparación, de éxito y de fracaso. Es un sistema de desbroce: el débil se desanima y cae. Un sistema destinado a producir unos pocos vencedores siempre compitiendo entre sí. Según mi parecer (…), el talento que tiene cada niño, prescindiendo de su coeficiente intelectual, puede permanecer con él toda su vida, para enriquecerle a él y a cualquier otro, si esos talentos no fueran considerados mercancías con valor en un juego de apuestas al éxito». Son palabras escritas en 1971, pero siguen teniendo vigencia, porque cuando uno tiene hijos, como es mi caso, se plantea el papel que juega la escuela en su formación, y muchas cosas no han cambiado. Pero no es solo la escuela la que tiene culpa en esta concepción de la educación: en esta sociedad ultracompetitiva son muchos los padres que ven a su hijo también como un caballo de carreras, como un prototipo de bólido en el que verse ellos realizados y ver realizado lo que no pudieron hacer, destinados solo a competir y a ganar, lo que en ocasiones acaba produciendo en las pobres criaturas unas tensiones terroríficas. Yo, para mi hija, quiero que siga creciendo libre, autónoma y feliz, y que aprenda a ser independiente y a valerse por sí misma desarrollando su inteligencia (y más siendo niña, teniendo en cuenta que, por el hecho de ser mujer, quizá tenga que afrontar situaciones de discriminación que no afecten a un niño); que llegue tan lejos como pueda y quiera, sin pisotear a nadie por el camino. Cuando pasen unos pocos años, le pasaré El cuaderno dorado a Estrella  para que le eche un ojo (aunque creo que, más bien, será ella quien lo coja del estante).

Bueno para desalinearse de la alienación

Metro Cúbico
Metro Cúbico

«Doctora, yo saber sé, porque lo sé por usted y también porque lo sé por mi misma mismidad, que estar estamos todos alienados o como se diga. Alienados, eso, no alineados, que esto segundo es un fenómeno que se da el el fúrbol: A ver, míster, la alineación, ¿me toca jugar o me quedo en el banquillo viendo jugar a los colegas? Eso, alienados digo. Como ocupados por un alien. En manos de fuerzas en las que no nos gustaría estar y que nos hacen llevar vidas absurdas, o pasando la vida en tonterías que nos consumen sin dar gran cosa a cambio. Yo le recomiendo, doctora, que vaya una sala de teatro cojonuda que hay en Usera, o Useras como dicen los taxistas, que se llama Kubik Fabrik. Que es un sitio estupendo, oiga. El otro día, la otra noche mejor dicho, fui a ver dos piezas teatrales que tratan esto de la alienación y sus problemáticas. Una se llama Metro Cúbico, y va de los habitáculos que yo y mis contemporáneos fingimos habitar, con la soledad del ser y esas cosas entre cuatro paredes. Vivimos en celdas monásticas, oiga, doc. Y la otra que vi se llama Büro, y es también sobre la problemática del trabajador en una oficina chasqueante y desternillante, en un decorado con pop-ups, como los libros de los críos. Oiga, doctora, que son dos obras muy recomendables y divertidísimas, le digo, que en esta sala se interpretan con mucha frecuencia. Oiga, megaoriginales le digo pa sintonizar con usted, que usted es un poco pija.  Las dos forman parte de La Trilogía del Hombre Moderno (la tercera obra no estaba en cartel), hacen de reír porque son muito divertentes y son buenas también pa hacer gimnasia con la mente. Kubik Fabrik, repito, doctora. Yo salí consciente, más consciente, de mi alienación, y consciente también de que en la vida les gusta que nos alineemos y tod@s tenemos tendencia a alienarnos, pero que no debemos olvidar de que, para meter gol, hay que desmarcarse de la alineación.»