Lo privado ya es público

Conversación
Conversación

Conversación mañanera en el bus. Una pasajera habla con alguien por el móvil, mediante esos auriculares que convierten en públicas conversaciones que antes eran privadas (quien así lo quiera, claro). Con las tecnologías se pierden el sentido del pudor y de la intimidad.

“Tú estás muy ida, pero mucho. Te vuelves a embarcar en un matrimonio con alguien a quien acabas de conocer en un chat, que te dice cuatro cosas bonitas y ya te vuelve loca. ¡Pero si no le conoces de nada! Os volvéis tontos con las redes, no sé dónde vamos a llegar. ¿No te das cuenta de que solo quiere tu dinero, que le compres un departamento lindo y luego te quedes en la calle? Ay, qué tonta estás. Y lo peor es que no haces caso de la gente que te queremos y te guiamos para que no metas la pata. Te da igual, solo escuchas lo que quieres oír y de quien quieres oírlo, de ese tipo cuya vida ignoras. Qué distintas somos tú y yo. Yo no pongo la mano en el fuego por nadie, y tú no dudas en arrojarte al brasero a la primera de cambio. ¡Si soy yo, que llevo trece años casada con mi marido, y sigo sin conocerle! Vamos, que no puedo llenarme la boca de él, de mi marido, porque sigue siendo un enigma.”

Viva la vida

Epitafio
Epitafio en una de las tumbas del British Cemetery: puro humor inglés («Perdónenme. A sus pies»)

No sé si movido por el efecto fúnebre del pacto de las derechas andaluzas, he aprovechado para visitar un par de cementerios singulares que existen en el sur de Carabanchel, mi distrito natal. Tal vez ese asunto noticioso no haya tenido nada que ver y es que soy así de raro, que también. Pero he quedado conmigo mismo en no hablar más de esa fuerza populista de ultraderecha para no darle cuartos al pregonero, que suficiente han hecho ya todos los medios del mundo mundial y todos los voceros de las redes sociales para fijarles en las retinas del personal. Así que no hablo más de lo que no me interesa.

Al tema: camposantos singulares en el sur de Carabanchel, en efecto. Hay varios, con origen en el siglo XIX e incluso antes. Solemnes. Majestuosos. Inmensos. Sitos en el medio de lo que ahora son barriadas y que en el momento de su creación debían ser meros cerros pelados enfrente de la capital, al otro lado del río. Repletos de cipreses, de esculturas, de epitafios, de panteones. Recintos de silencio en el medio de un barrio tan bullicioso; qué contraste.

A la altura del metro de Urgel hay uno bien singular, el Cementerio Británico, presidido desde 1850 por un escudo de su Casa Real. Un trozo de tierra en donde reposan deudos procedentes de medio mundo, con diferentes credos y nacionalidades. Gentes nacidas en todos los confines y que han acabado reposando en un enclave de este distrito sureño. Mira que es pintoresco mi Carabanchel: debe de ser uno de los distritos -dejando al margen los históricos del centro de la Villa- con más rincones peculiares de la ciudad.

Puede ser que visitar cementerios históricos sea raro. Yo creo que en otros países se estila más, pero en esta España nuestra que generalmente ignora la memoria y desprecia su historia somos harina de otro costal, me temo. A mí se me antoja que estos lugares dan también paz y muchas ganas de disfrutar del tiempo que nos queda por vivir, mal que le pese a todos aquellos que quieren devolvernos a tiempos pretéritos. Así que viva la vida, qué demonios. 

El olvido más atroz

Patxi López
Patxi López

Que les aguarde el olvido más atroz. Que no permitamos que ganen la batalla del relato, ahora que se estila tanto esta palabra. Solo se merecen ser pasto de la desmemoria. Pero desmemoria hasta un punto, para que esta trágica historia no se vuelva a repetir jamás en nuestro país. La democracia les ha derrotado. El día del fin definitivo de la banda terrorista que amargó la vida de tantos y tantos españoles no puede recibir otra cosa. Entiendo la cierta indiferencia de la gente más joven ante esta noticia, pero es un día de alegría por el fin de una historia infame, que a los que ya no somos tan jóvenes solo nos trajo rabia y dolor. Recuerdo aquellos amaneceres en Madrid, la ciudad más castigada por la banda, con noticias alarmantes y sonidos de sirenas. Recuerdo la vez que asesinaron a un mando del Ejército en un barrio colindante al mío, un barrio de obreros y trabajadores. La manifestación posterior; la mirada de reojo al boquete que dejó la explosión que segó aquella vida; el miedo, el no entender tanta sinrazón. Cuánta barbarie para nada. Cuánto silencio y justificación tuvieron estos criminales en Euskadi, tan bien plasmados en la novela Patria, de Fernando Aramburu. Ahora estos bárbaros se pretenderán reivindicar como un movimiento libertador, cuando eran fascismo puro y duro. Mi querido Patxi López, socialista de una pieza, no lo ha podido decir mejor: “No vamos a permitir que ellos nos escriban la historia. Porque en su historia seguramente el asesino dejará de ser asesino y la víctima, víctima. Y eso no lo vamos a permitir». De la resistencia y los resistentes a este horror habla un libro editado recientemente, Los resistentes. Relato socialista sobre la violencia de ETA, de Sara Hidalgo. Por todo ello, todo el recuerdo para las víctimas y los resistentes, y todo el olvido para las alimañas y su vesania criminal.