«Papi, pon la bola»

Las Canciones de la Bola
Las Canciones de la Bola

Cuando era preadolescente, el día que echaban en TVE La Bola de Cristal me quedaba clavado delante de la tele, sin moverme, sin casi pestañear. Qué flipe de programa. Por allí desfilaban los Monster, Alaska, Loquillo, Auserón… Tanto talento comprimido en un programa que luego se convirtió en un espacio de culto. No hay programas así ahora, ni casi los volvió a haber, ni los volvimos a ver. Programas en los que se trataba a los niños como seres dotados de inteligencia, en los que se les enseñaba, o desenseñaba, o desaprendía, a aprender y a desaprender como pretendían los electroduendes; a tener una mirada crítica. A tirar por tierra prejuicios e ideas preconcebidas. A abrir la mente, que ya habrá tiempo de que se te cierre o de que otros te la intenten cerrar. Tantos recuerdos de aquellos fines de semana, revividos estos días con la triste noticia del fallecimiento de la creadora de ese programa de leyenda, Lolo Rico. 

Cuando me cambié a la casa en la que vivo, le regalé a mi hija un CD con las canciones de La Bola, para que ella tuviera una entrada acogedora en su nuevo hogar. Yo sigo poniendo cedés y vinilos; soy así de raro. Muchas veces, cuando le pregunto qué quiere escuchar, Estrella no duda: “Papi, pon la bola”. La bola mola. Y el embrujo de esa bola de cristal sigue hechizando a personas de tan distintas generaciones como somos mi hija y yo.

La isla infinita

Un rincón del parque de Anaga
Un rincón del parque de Anaga

El mundo vertical está plagado de simas, barrancos y cumbres. Hay planicies, sí, pero son apenas un suspiro y un señuelo en este universo vertiginoso. De la inhóspita cima del rey de los volcanes a las exuberantes selvas del noreste: bravos contrastes sin fin en un territorio en apariencia tan pequeño para los que venimos de los viejos reinos peninsulares. Mares embravecidos, olas que agitan la costa. Vientos alisios que no superan la muralla de montañas. Cielos nublados, panza  de burro, y apenas unos kilómetros más abajo un sol deslumbrante. Comarcas del norte insular que se asemejan en su verde al verde del norte peninsular. Flores nunca vistas, frutas de sabores que no tienen nada que ver con lo que encuentras en los mercados de la capital. Papas de todos los colores, pescados de nombres exóticos que solo se pueden capturar en aquellos mares. Gentes tan dulces y amables como Marina y Paul, que nos acogen a mí y a Estrella en su casita encantadora, en la que uno duerme con la puerta abierta y el perfume de la higuera del jardín como mejor compañía e insuperable abrigo. Lugares que fueron escala final hacia América, y puerta de entrada en Europa de mercancías y gentes de allende los mares, en un flujo incesante, un ir y venir entre los dos mundos.Una ciudad que fue modelo para otras muchas que se fundaron luego en América Latina. Sol, agua, brumas, tierra, salitre. Para tener unos límites tan definidos por el mar y las olas, Tenerife, la isla infinita, no acaba nunca de conocerse.

Energía para mover todo esto

El Intérprete
El Intérprete

Supongo que le ocurre a cualquiera que estos días se pone delante de un folio en blanco, una experiencia tan aterradora. ¿De qué escribir, si se tienen tantas cosas que contar, pero son todas tan siniestras, para qué dar la lata y amargar a quien te lee con este nubarrón que tenemos todos en la cabeza? Cuesta, mucho, cuando se ve todo tan negro a pesar de esta luz radiante de primavera que entra por todos los rincones de la casa. Incluso en esta casa soleada, con patio y azotea, en la que hay tantos dibujitos de brujas, con decoraciones también de brujitas buenas que trepan por las paredes, pero que no dan miedo. Dice mi hija que asusta más la realidad, y razón no le falta a la pequeña. Ahí fuera están pasando cosas tremendas y cuesta, cuesta mucho tirar para adelante. Pero hay que hacerlo, porque con las noticias que caen cada día de las portadas de los periódicos y de las ondas radiofónicas dan ganas de meterse en la cama, debajo del edredón nórdico o de la colcha de primaveraverano, y echarse a dormir unos cuantos años (si es que se puede) mientras las brujitas que decoran las paredes de este hogar velan los sueños. Venga, que no, que no nos van a vencer. Tirar, tirar palante, que la vida sigue y los sueños no siempre se pueden alcanzar, pero en el camino de alcanzarlos uno puede experimentar grandes cotas de felicidad. No están los tiempos para pensar qué ocurrirá dentro de un año, o de dos… Pero sí para tratar de conseguir que el mañana sea un poco mejor que hoy. Pasito a pasito se hace el camino y pueden cambiarse muchísimas cosas con empeño e ilusión, como demuestra el actor Asier Etxeandia, vecino de este barrio de Usera en el que habito, en una maravillosa función teatral, El Intérprete, muy recomendable para todo aquel que necesite un chute de energía extra para tirar para adelante.