Adoquines y adoquinazos

Sol
Sol

Las calles y las plazas, comenzando por la Puerta del Sol, se llenaron ayer de utopía y de gente que busca la playa debajo del asfalto de los adoquines. La derecha y su furioso coro mediático sueltan toda clase de fuegos contra el 15-M. Desautorizan al movimiento y lo abrasan ante la opinión pública con esa mala baba que caracteriza a la ultraderecha española agazapada, también, bajo los adoquines. Por supuesto que se puede discrepar con el 15-M, aun reconociendo la sensatez de muchas de sus propuestas, pero eso es una cosa y otra bien distinta son las malas artes que estos días han venido empleando los corifeos ultras que no paran de graznar. No hay que estar en todo de acuerdo con el 15-M, pero sí reconocer que han dotado de vigor a la vida pública como pocas veces antes había ocurrido en España. La grandeza de la democracia está en reconocer que podemos pensar distinto y aportar entre todos granitos de arena, que no feos adoquinazos, para intentar salir de esta crisis horrenda que están pagando quienes no la han causado y para construir una sociedad mejor y más soleada.

Inteligencia colectiva

Sol
Sol

Decenas de jóvenes acampan en la Puerta del Sol y en otras plazas españolas desde hace días y van a prolongar su estancia a cielo abierto en Madrid hasta el próximo domingo. Han colgado sus proclamas de protesta por todas partes -hasta en las portadas de la prensa internacional- y han hecho aflorar un movimiento subterráneo, dándonos a propios y extraños una bofetada de realidad. Si visitas el lugar constatas lo bien organizados que están, con diferentes comisiones que abarcan el funcionamiento de su pequeña ciudad: desde la comisión de abastecimiento, a la guardería, pasando por la imprescindible de relación con los medios de comunicación. Detrás de ellos late una poderosa inteligencia colectiva, una intendencia que aprovecha todo el potencial de las redes. Muestran sus anhelos y sus sueños y, como se ha escrito estos días, nos han hecho un poco más viejos a los demás con sus reivindicaciones, algunas más utópicas, otras perfectamente realizables. En 1879, en una taberna de ese centro de Madrid tomado por los indignados del siglo XXI, un grupo de obreros quizá también indignados entre los cuales abundaban los tipógrafos -heraldos de las artes gráficas- creó el PSOE de la mano de Pablo Iglesias. Más de cien años más tarde, a escasos metros de distancia de aquella taberna ha surgido un movimiento que no se sabe muy bien en qué va a terminar, pero de cuya organización y de cuyas ilusiones pueden aprender mucho los partidos clásicos, los de izquierda sobre todo, si no quieren quedarse caducos. La izquierda no debe limitarse a gestionar lo que hay: ha de aspirar a gestionar lo que debería haber.