Ciudadan@s, a las urnas

Urna
Urna

Claro que voy a ir a votar. Voy a hacerlo por un alcalde que impulse la vida de los barrios de Madrid y que modernice sus dotaciones. Que respete los servicios públicos. Que deje de hacer desangeladas plazas de hormigón. Que no meta más coches en la ciudad, sino que trate de restringir el tráfico. Que promueva la vivienda pública e impulse el alquiler. Que revitalice la vida ciudadana y el orgullo de ciudad de Enrique Tierno. Que dinamice la vida cultural en todos los distritos, y no solo en el centro. Que no utilice el cargo como promoción para saltar a La Moncloa. Voy a votar para quitarle la careta al actual inquilino del despacho de la Alcaldía, que se viste de falso progre para arrebañar votos de todos lados. Y voy a votar por un presidente de la Comunidad de Madrid que no insulte a los discrepantes. Que deje de mermar los servicios públicos y que proteja la sanidad y la educación. Un presidente que acabe con la deriva derechista del Gobierno regional. Un presidente que permita que Telemadrid vuelva a ser la tele que yo conocí, y no lo que es ahora. La victoria está complicada, lo sé, pero hay que intentarlo. Cada uno sabrá lo que hace y lo que vota. Mañana será tarde para arrepentirse. Quedarse en casa solo empeora las cosas, así que, a votar, en mi caso, por la izquierda.

La escarcha

23-F, por Mortadelo
23-F, por Mortadelo

«Recuerdo que aquel día, hace casi treinta años, había amanecido con una fuerte escarcha sobre mi pequeño huerto de rábanos, que me solía comer crudos porque dicen que limpian la sangre. Esto de las propiedades depurativas del rábano lo decía mucho la radio, y yo hago mucho caso de lo que dice la radio. Era entonces alcalde de mi pueblo, un pequeño pueblo de Aragón con un alcalde socialista. Hace más de treinta años. La radio informó a media tarde de un incidente que había ocurrido en el Congreso, en Madrid: un grupo de guardias civiles comandados por un teniente coronel había asaltado la cámara. Yo me temí lo peor. Así que cogí la escopeta y me dirigí a varios militantes socialistas en nuestro bar, el bar de los rojos. Les solté una arenga con mi escopeta al lado. Y luego me encaminé al casino, al bar de los fachas. Les hablé clarito a los fachas, con mi escopeta al lado: «Aquí nadie nos va a convertir en simiente de rábano antes de tiempo. Conozco tu cara y lo que piensas, y la tuya, y la tuya… Así que me voy a ir con mis concejales y nos vamos a pasar la noche en el Ayuntamiento, y si alguno de vosotros se acerca a menos de cincuenta metros con malas intenciones, le pego un tiro…»» Era el 23 de febrero de 1981, la tarde en la que unos facinerosos intentaron tumbar la entonces frágil democracia española. Pero a la mañana siguiente no escarchó y el alcalde labrador pudo ir a recoger los rabanitos para hacerse una ensalada que le supo a mieles… y a libertad.