SOS gorriones

Gorrión
Gorrión

No sé qué estará pasando en las nubes, pero la cosa es preocupante. No me refiero al frío y a la lluvia, al tiempo gris de esta primavera que no ha llegado a nacer y que aparenta ser un esbozo solo antes de que nos golpee de pleno la canícula. Hablo de los pajarillos que no veo en los parques, en las calles. De los tímidos y gráciles gorriones, el ave por excelencia de Madrid, que yo tanto eché de menos cuando viví en otra parte de España en la que no eran una especie frecuente. ¿Qué está pasando con ellos, qué estará pasando? Su disminución es vertiginosa y ahora cada vez es más raro toparse con ellos, con el macho con su mancha en la papadita y la hembra parda, picoteando siempre tímidos los cachos de pan que les arrojaban los viandantes. ¿Es su disminución, o su retirada, un signo de los tiempos? A mí me gustaría que volvieran y que acabaran las amenazas que se han cernido sobre ellos, porque, sin ellos, siento que Madrid es menos.

Calles despuestas

Calles de Madrid
Calles de Madrid

Antes de la crisis, porque antes de la crisis también había realidad, cuando alguien quería salir demasiado pronto de su casa, casi que a la amanecida, cuando las sombras de la noche difuminan la realidad y todos los gat@s son pardos, siempre había alguien que reponía para intentar disuadirle: «Pero ¿dónde vas? ¿No ves que no están puestas las calles?». Ahora sale uno a la calle, ya sea pronto o ya sea tarde, y las calles ya están puestas, pero puestas de aquella manera. Cruza uno el portal y se encuentra con una realidad cosida a machetazos y con socavones por dondequiera que uno mire. Calles puestas, de aquella manera, sí: aquí se recortaron los servicios de un centro de salud, allí un colegio sobrevive a pesar los tajos. Allí se ve un solar de un polideportivo municipal tan necesario para este barrio, pero que nunca se hará. Por aquella linde, rayana en el horizonte, solía pasar un tren de cercanías que ya no volveremos a oír pasar porque los gestores de la pela han dicho que sale caro. Al sol le falta un cacho porque alguien se excedió con las tijeras de podar, y la luna llora por la noche de angustia con los desvelos de tanta gente que no puede conciliar el sueño. Las calles están despuestas.

Huesos de aceituna

Ella asomó la cabeza por la ventana y vio una inmensa multitud de gente apiñada en las calles. Hasta donde sus ojos alcanzaban, hasta la esquina de la tienda del embutido y más allá, no cabía un alfiler. Una muchedumbre ocupaba los dos carriles de la avenida, sin pronunciar en apariencia una palabra. Marchaban mujeres y hombres, niños y ancianos, hasta el parque del bulevar, donde se erige la estatua a una antigua alcaldesa de la ciudad. Ella pensó que semejante muchedumbre se juntaba para celebrar en un escalofriante silencio la obtención de alguna copa de fútbol, o de tenis, más de repente reparó en que estas prácticas deportivas las había prohibido un gobierno allá por la segunda mitad de siglo, cuando se consideró proscritos todos los deportes que implicaran contacto con objetos esféricos. Quizá la enigmática concentración se debía al fin del paro obrero en la ciudad. Debía de ser eso: la consecución del pleno empleo que pregonaba la propaganda oficial del régimen triufante, que cumplía ya innumerables lustros en el poder. Pero, oh, pero qué idiota, si cayó en la cuenta de que en la ciudad llevaban todos sin trabajo más de quinientos años. Se pegó una palmetada en la cabeza y sonó a hueco, con algo retumbando dentro (¡cloc!, ¡cloc!), como el ruido que hacen los huesos de aceituna secos dentro de una lata. Pobre idiota, nunca se enteraba de nada.

El bus que portaba a la selección española, el pasado lunes por la tarde en el barrio de Argüelles (Madrid)
El bus que portaba a la selección española, este lunes en Argüelles (Madrid)