
«Hace en Madrid un frío que se caga la perra. Aun así, no se paran mis ideas, pero sí se congelan mis palabras. Como hablo solo por la calle y no me callo ni debajo del agua, no me he reprimido de hacerlo a pesar de la cuasi congelación imperante en el foro (o sea, Madrid). Se ha producido un curioso fenómeno: conforme mi boca escupía las palabras de mis soliloquios de camino al trabajo (vulgo, chapas), sobre lo divino y lo humano, los verbos, los artículos y las conjunciones copulativas, las diversas partículas de mi desordenada verborrea, caían muert@s al suelo. Sobre todo se desplomaban con gran estruendo las conjunciones copulativas, porque pesan más. Hace tanta rasca que han pasado a mejor vida ipso facto, dejando un reguero de tiernos cadáveres llenos de letras inermes e inertes. Y veo que lo mismo ha ocurrido con las palabras del resto de mis queridos vecinos de portal, que salieron a la calle un poco antes que yo. Según llegué a la boca del metro que tengo a la vuelta de la esquina, la acera estaba llena de mayúsculos y minúsculos cadáveres congelados, de sopas de letras escarchadas. Va a ser un día de intenso trabajo para los barrenderos. Van a tener que instalar también una morgue en la Real Academia de la Lengua (muerta), a la que iremos los deudos de las palabras fallecidas por congelación. RIP.»