Los Popescu

Stop Desahucios
Stop Desahucios

Tuve unos vecinos de planta con los que compartí planta durante muchos años. Los Popescu, rumanos de Rumanía, trabajadores inmigrantes afincados en España desde hace muchos años tras una breve estancia en Alemania. Los Popescu criaron a sus dos hijos (niño y niña, estudiosos e inteligentes) puerta con puerta conmigo, en este barrio obrero del sur de Madrid. Algunos vecinos cotillas pensaban que venían de Estados Unidos (no sé el porqué de esa conjetura, porque Popescu suena a rumano de Rumanía). Una mala buena mañana de este lluvioso invierno en Madrid, los Popescu comenzaron a bajar sus cosas a la calle. El banco los iba a desalojar, y antes de que llegaran los ejecutores de esa tremenda muerte civil que se viene aplicando con suma desvergüenza en España desde hace también demasiados años, los Popescu, que siempre fueron discretos y orgullosos, cogieron sus cosas y se fueron. Unos días más tarde llegó la severa reprimenda europea a la cruel normativa de desahucios española, pero ya era tarde para los Popescu, que lo habían intentado todo para reconducir la hipoteca que ya no podían pagar, como consecuencia del quebranto del sector de la construcción en el que trabajaba el padre. Así que embalaron y se fueron. Me despedí de ellos en la calle, al pie de la furgoneta que les llevaba a su otra vida, y en el rostro del padre se adivinaron unas lágrimas, el mismo llanto que surca ahora las paredes desnudas del que fue su hogar, poblado también de los mismos gritos de dolor lastimero que atruenan en tantas partes de España.

Poblados espectrales

Ladrillos
Ladrillos

Hay grandes extensiones de terreno en los paisajes españoles arruinadas por el ladrillo. Espacios enormes repletos de edificaciones a medio terminar y que posiblemente nunca llegarán a albergar a nadie. Promociones urbanísticas gigantescas de casas vacías, varadas como cáscaras de nuez en medio de páramos inhóspitos. Adosados levantados en los tiempos del frenesí urbanístico, edificados a un ritmo muy superior al de la demanda real. Eran los tiempos de la burbuja que comenzó a crecer aproximadamente en 1996, cuando los precios empezaron a ponerse por las nubes y aquí se seguía vendiendo todo a precios desorbitados, con la premisa de que «la vivienda nunca va a bajar de precio» y el sustrato sociológico del culto al ladrillo tan extendido en la piel de toro. Las familias se endeudaron hasta límites intolerables para pagar casas cuyo precio no era real, y los bancos se endeudaron para prestar dinero a todo tren y la burbuja se siguió inflando hasta que reventó y nos devolvió a la más cruda de las realidades. Me vienen a la cabeza imágenes de la costa sur de Lanzarote, en la que hay muchas promociones urbanísticas abandonadas, y de caminar a través de ellas atravesando poblados espectrales, sintiendo mucho frío a pesar de que fuera julio cuando anduve allí.