Los sinvergüenzas

Plantación algodonera en Alabama
Plantación algodonera en Alabama, donde regresamos

«Una amiga, excompañera de curro, consiguió hace nada un trabajo, doctora. Para ella han sido largos, larguísimos meses, los que ha pasado en el dique seco, sin nada que llevarse a la boca, a punto de tener que volver a vivir con sus padres a la edad que tiene, que es casi la edad que tengo yo, esa edad en la que, sin trabajo, sientes que el abismo se abre ante tus pies y que te ves abocado a una nada casi que absoluta. Como tanta gente que está penando en estos años de crisis despiadada. El otro día me telefoneó con la buena noticia de que acababa de conseguir un curro, y mi primera reacción, tras felicitarla como se merece, fue preguntarle: ¿y te hacen contrato? Le hice la pregunta de manera automática, y me sentí tan mal ipso facto, que ipso facto también me disculpé por temor a haberla violentado. Ella le quitó importancia a la pregunta y me dijo que sí, que tenía contrato y todo. Pasados los días pensé en lo mal que me sentí por hacerle esa pregunta, que para mí era casi tanto como haberle preguntado: ¿Y te pagan?, ¿y no te azotan?, ¿y tienes derecho a descanso entre semana? Pero es tal el retroceso en derechos laborales y las precarias condiciones que están ofreciendo a trabajadores valiosos que, eso, la pregunta estúpida, impensable hace unos años, me brotó de manera automática. Ahora pienso, doctora, que no me debí sentir mal. Que quienes deberían sentirse mal son la cantidad de sinvergüenzas sin escrúpulos que están contratando gente por cuatro duros, sin derechos, en precariedad absoluta, y que, sin embargo, nunca jamás pedirán perdón por las condiciones lamentables de los puestos de trabajo que ofrecen aprovechando la desesperación de la gente, cuando ofrecen algo.»

Huesos de aceituna

Ella asomó la cabeza por la ventana y vio una inmensa multitud de gente apiñada en las calles. Hasta donde sus ojos alcanzaban, hasta la esquina de la tienda del embutido y más allá, no cabía un alfiler. Una muchedumbre ocupaba los dos carriles de la avenida, sin pronunciar en apariencia una palabra. Marchaban mujeres y hombres, niños y ancianos, hasta el parque del bulevar, donde se erige la estatua a una antigua alcaldesa de la ciudad. Ella pensó que semejante muchedumbre se juntaba para celebrar en un escalofriante silencio la obtención de alguna copa de fútbol, o de tenis, más de repente reparó en que estas prácticas deportivas las había prohibido un gobierno allá por la segunda mitad de siglo, cuando se consideró proscritos todos los deportes que implicaran contacto con objetos esféricos. Quizá la enigmática concentración se debía al fin del paro obrero en la ciudad. Debía de ser eso: la consecución del pleno empleo que pregonaba la propaganda oficial del régimen triufante, que cumplía ya innumerables lustros en el poder. Pero, oh, pero qué idiota, si cayó en la cuenta de que en la ciudad llevaban todos sin trabajo más de quinientos años. Se pegó una palmetada en la cabeza y sonó a hueco, con algo retumbando dentro (¡cloc!, ¡cloc!), como el ruido que hacen los huesos de aceituna secos dentro de una lata. Pobre idiota, nunca se enteraba de nada.

El bus que portaba a la selección española, el pasado lunes por la tarde en el barrio de Argüelles (Madrid)
El bus que portaba a la selección española, este lunes en Argüelles (Madrid)

Dormidin@s

Vieja radio
Vieja radio

«Doctora, doctora, esta mañana he escuchado en la radio un anuncio muy raro. En principio pensé que había escuchado mal, y también atribuí mi percepción primera a la emoción que me embarga por la celebración hoy de la boda ducal. Pero no. Lo había escuchado bien. Resulta que en la radio anuncian un producto para dormir bien, que se llama Dormidina o algo así, y en el anuncio meten la voz de alguien que lo toma para poder descansar porque lo pasa muy mal con la presión que tiene que afrontar cuando aborda «recortes de personal» (sic). Me ha dado un escalofrío escuchar esto el mismo día que se han conocido los últimos datos de paro. Y me ha dado un escalofrío aun mayor cuando pienso en todas las víctimas de los recortes, los ajustes o como quiera usted llamarlos, doctora. Vivimos en una situación en la que algunos no tienen ni un céntimo para comprar dormidina y poder descansar, porque viven en una pesadilla permanente. Y otr@s, tan panchos, roncando, tomando dormidina o sin tomarla, que ni siquiera el ruido permanente de la motosierra y las tijeras de podar les quita el sueño.»