La balsa de piedra

Balsa de piedra
Balsa de piedra

La estupenda idea de que España, ante la crisis de la nube volcánica, actuara como plataforma de vuelos transoceánicos que hiciera posible que los ciudadanos de otros países pudieran volar al menos hasta la piel de toro, para desde aquí retomar el viaje a su destino por otros medios, no hace sino confirmar el carácter de cruce de caminos de esta península que José Saramago describió como «balsa de piedra» en su libro homónimo. Nuestro país se construye sobre un armazón de mezclas de culturas y civilizaciones; así ha sido a lo largo de los siglos, y así debería seguir siendo. Somos el hogar de tantos pueblos que recorrieron Europa, que la galoparon y se detuvieron al topar con este finisterre en aquel tiempo, este fin del mundo del orbe entonces conocido. Y aquí se quedaron, y sus genes se entremezclaron y siguen galopando por nuestros cuerpos: para comprobarlo sólo hace falta salir a la calle para reparar en la variedad de nuestros rostros. Somos grandes en nuestra diversidad, una -sin duda- de nuestras riquezas.