Historiadores de lo cotidiano

Última viñeta de Forges
Última viñeta de Forges

En una de las casas donde viví en Lugo, provincia de donde era oriunda la familia paterna de Antonio Fraguas Forges, tenía una puerta corredera repleta de viñetas de El Perich, que, en aquellos tiempos de inexistencia de lo digital (lo digital no ha existido siempre, querid@s), el periódico en el que yo trabajaba iba recibiendo día a día por fax (otro artilugio del pasado) para su publicación. El Progreso las publicaba, y yo hacía una copia para irlas coleccionando y pegando en mi hogar. Viñetistas, humoristas o, ¿por qué no?, historiadores de lo cotidiano en los medios, como El Perich, Peridis, Gallego y Rey, Romeu, Máximo, El Roto… Mucho genio y mucho arte comprimido en unos pocos centímetros cuadrados.Ahora acaba de irse Forges, y a partir de este viernes va a ser triste abrir El País que cada día recojo en el quiosco de mi quiosquera, Candi, buscar la viñeta y no encontrarla. De Forges se pondera su humor compasivo, nunca hiriente, que siempre nos arrancaba una sonrisa matinal a sus lectores, fascinados por la inteligencia y ternura con la que este genio de la ilustración reflejaba las tontunas de este tonto ser humano que somos todos. La vida necesita de intérpretes así, que nos la expliquen con cuatro trazos y unas pocas palabras, algo tan sencillo y tan complejo a la vez.

Inaugurator

Fraga, en Palomares
En Palomares

Ahora que la Junta Electoral Central ha dictado una instrucción que reitera la prohibición recogida en la ley para inaugurar obras públicas una vez convocadas las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo, me pregunto qué haría Manuel Fraga si siguiera al frente de la Xunta de Galicia para satisfacer su voracidad inauguradora en caso de haberse topado con algún tipo de restricción legal. Inaugurator. Yo llegué a trabajar a Lugo, en mi periódico, El Progreso, en 1993, Ano Xacobeo (y año también de elecciones generales). Recuerdo perseguir a Inaugurator a tumba abierta por autovías, carreteras, caminos, rúas y corredoiras de todo Lugo, a toda hostia en el coche del fotógrafo del diario, detrás de Inaugurator inaugurando albergues de peregrinos, colegios y todo lo que se le pusiera por delante. Qué furia de la naturaleza. Siempre buscando el tiro de la cámara de la Televisión de Galicia («¿Dónde están mis cámaras?», le recuerdo preguntar con su genio habitual a sus ayudantes). Siempre su proverbial catarata de palabras atropelladas tras la preceptiva bendición del cura en el nuevo edificio (que para eso nos criamos a los pechos del régimen) y, tras engullir unos productos da terra, vuelta a la carretera, sin descanso, hacia la siguiente cinta para cortar. No llegó a abrir un aeropuerto sin aviones ni licencia de navegación, como en Castellón, pero poco le faltó. Le he vuelto a encontrar a Madrid, en circunstancias distintas, muchas veces más, pero cualquiera se acerca a preguntarle por aquellos tiempos. Te puede dar una voz. Inaugurator.