Vuelven las redadas

Redes
Redes

Las redadas indiscriminadas en forma de exigencia de la identificación a transeúntes solo por el color de su piel y su aspecto físico han vuelto. El Gobierno del Pop Party se comprometió a erradicarlas y así pareció ser durante un tiempo a partir de finales del pasado mes de mayo. Pero ya están aquí de nuevo, poco a poco: policías de paisano apostados en los intercambiadores de transporte (es muy frecuente verlos en los pasillos de determinadas estaciones de metro de barrio con un elevado porcentaje de población foránea) que solicitan la documentación a los inmigrantes que pasan. A mí no me la piden, pero yo estoy por dársela, a ver qué pasa. Y si usted es extranjero, pero tiene los ojos azules y el pelo rubio, tampoco la harán. Yo no tengo el pelo rubio, ni los ojos azules, y en cualquier momento puedo convertirme en inmigrante si me marchara a otra nación. Esto no es una broma: en otros países se han montado tremendos escándalos por estas prácticas. Así funcionan las cosas en este país, en donde parece que todo da igual. Pero así se va también lentamente retrocediendo, sin prisa pero sin pausa, en derechos y libertades, en práctica democrática, extremo en el que España, mal que nos pese, está todavía a años luz de otros países más avanzados.

El día de la infamia

Tarjeta sanitaria
Tarjeta sanitaria

Estamos a primero de septiembre de 2042. Tengo casi 75 años y me acaban de encontrar una grave enfermedad renal. Me retuerzo de dolor. Voy al hospital. No tengo dinero para pagarme el tratamiento. Determinados gobiernos conservadores se han ido puliendo el magro Estado del Bienestar que había en España. Empezaron un maldito día primero de septiembre de 2012; me acuerdo. Hace treinta años. Aquel día aciago pusieron fin a la universalidad del sistema público de salud. Comenzaron quitándole la tarjeta sanitaria a los pobres inmigrantes sin papeles, en un gesto xenófobo y neofascista. Y luego siguieron con todo lo demás. Yo estuve aquel día en una protesta frente a un hospital público de Madrid. Han pasado 30 años, pero me acuerdo con viveza de aquella triste jornada. Estaríamos no más de trescientas personas. Parece que a mucha gente le resultaba indiferente. Y a muchos de esos indiferentes les llegaron también luego los palos y los recortes. Fue el mismo día en el que se aplicó una subida bestial del IVA, el mismo día en el que devaluaron y tiraron nuestros derechos por el suelo. Esto parece una pesadilla, pero es la realidad.

Crisis de codicia

Codicia
Codicia

«Aquí en España, doctora, se ha concentrado una gigantesca crisis de codicia, que llegó a sus límites alimentada por el proverbial apego de cada cual a lo suyo y a la ausencia de sentimiento colectivo, al egoísmo del españolito y al ande-yo-caliente-ríase-la-gente. Los bancos lo pusieron todo perdidito de créditos tirados por los suelos, pero, ¡ay!, ya no nos queremos acordar de aquellos años en los que todos deseábamos que los pisos valieran más, y más, y más… Venga, doctora, que nos creímos todos millonarios de golpe y mi piso de mierda llegó a costar lo mismo que un adosado en las afueras de París. ¿No nos dimos cuenta de que aquello era una falacia que tenía que reventar o, más bien, no nos quisimos dar cuenta? Políticos y bancos tuvieron una enorme parte de responsabilidad, sin duda, unos por permitir la burbuja y no velar por el bien común y otros por llenarla de aire caliente, pero, ¿y el comportamiento de cada cual? ¿Para qué vale que el precio de su piso en aquel entonces creciera sin parar, si resulta que sus hijos no se podían emancipar? Las consecuencias de aquella locura colectiva de codicia las vamos a pagar durante generaciones: el país se endeudó hasta extremos, y ahora eso es el pretexto perfecto para recortar y recortar servicios públicos. Mi codicia, y la tuya, y la de aquel, y la de aquella, nos ha traído la ruina a tod@s. Gracias a tod@s por esta nada tan absoluta.»