Gorriones

Gorrión común
Gorrión común

Envolverse en patrias y banderas suele ser un entretenimiento que solo gusta  al que le gusta envolverse en patrias y banderas. Nunca he creído en identidades cerradas, en enseñas, en himnos. Deberíamos haber avanzado lo suficiente, en la historia humana, para entender que lo único que nos deberían unir son los valores y principios universales, los fundados en aquella lejana revolución de 1789, la libertad, la igualdad y la fraternidad. Los que levantan muros y fronteras no van conmigo. No creo que haya que ser nacionalista para que se pueda sentir apego a una cultura o a una lengua, pero ese apego, llevado a extremos y traducido a políticas concretas, solo genera grandes dolores de cabeza y cegueras irreversibles. Todo nacionalismo se define por oposición a algo, por negación de alguien. Las banderas las deshilachan el tiempo y la historia, y todo esfuerzo destinado a remendarlas es una empresa inútil. Vivimos en un mundo globalizado que dejó atrás la taifa, el campanario y la aldea. El nacimiento es un mero accidente: convertir esa pura chiripa en una señal de destino fulgurante o en un designio de los dioses es una pura tontería. Un gorrión se llama de diferentes formas en las distintas partes que componen este accidente geográfico llamado España, pero surca cielos a veces azules, a veces grises, que no tienen limitaciones ni enseñas, que pertenecen a todos los que habitamos este loco país dentro de este no menos loquimundo global.

SOS gorriones

Gorrión
Gorrión

No sé qué estará pasando en las nubes, pero la cosa es preocupante. No me refiero al frío y a la lluvia, al tiempo gris de esta primavera que no ha llegado a nacer y que aparenta ser un esbozo solo antes de que nos golpee de pleno la canícula. Hablo de los pajarillos que no veo en los parques, en las calles. De los tímidos y gráciles gorriones, el ave por excelencia de Madrid, que yo tanto eché de menos cuando viví en otra parte de España en la que no eran una especie frecuente. ¿Qué está pasando con ellos, qué estará pasando? Su disminución es vertiginosa y ahora cada vez es más raro toparse con ellos, con el macho con su mancha en la papadita y la hembra parda, picoteando siempre tímidos los cachos de pan que les arrojaban los viandantes. ¿Es su disminución, o su retirada, un signo de los tiempos? A mí me gustaría que volvieran y que acabaran las amenazas que se han cernido sobre ellos, porque, sin ellos, siento que Madrid es menos.

Las golondrinas

Golondrina
Golondrina

«Tengo un comecome desde hace días, que me ronda la cabeza y me ha vuelto ahora que le acabo de coger a usted en el taxi, será porque, perdone, tiene usted cara de pájaro. ¿Dónde están las golondrinas? Las había a cientos en mi aldea, cuando venían a criar. Yo soy de un pueblo de Llanes, en Asturias, ¿sabe usted? Pero ya apenas las veo cuando voy de visita allá. Tampoco las veo en Madrid, en donde llevo cuarenta años trabajando en el taxis. Recuerdo que hacían nidos en los aleros, en cualquier recoveco. En mi pueblo decían que había que dejar los nidos de golondrina, que traía mala suerte destruir uno. Luego me vine a la ciudad, cagondiós, donde todo son hierros y aceros, y tampoco las veo. Tengo un comecome… En cuanto llegue a mi casa le voy a tocar el tema a mi mujer, que es cántabra, porque en su tierra también han desaparecido. Que llame a su hermana, que vive allí, y le pregunte qué ha pasado con las golondrinas. Bueno, con tanta conversación, ya hemos llegado a su destino.» Hasta la próxima, señor, le contesté, no sin antes preguntarle: «Por cierto, ¿qué cree usted que está pasando con los gorriones de la ciudad? Tampoco se ven tantos como antes».