¡Taxi!

Taxi
Taxi

Los taxistas son una viva encarnación del alma patria actual: van siempre por la derecha salvo que el cliente les diga que giren a la izquierda. Siempre. Es una norma no escrita en el trabajo del conductor de taxi: coger por defecto todas las direcciones a mano diestra si no media una instrucción contraria del pasajero que va atrás para tomar la izquierda. Parece como si todas las empresas humanas tuvieran alma de taxista por su querencia a ir por la derecha, por los caminos trillados. Solo en unos pocos momentos históricos -en comparación con la larga trayectoria de la especie humana sobre la faz de la Tierra- ha habido voces que han pedido giros a la izquierda, pero sin duda la petición de transitar otros caminos que no fueran los de la derecha de siempre han marcado los tiempos posteriores. En estos días inciertos, España está poseída también de esta fiebre del taxista de ir siempre hacia la derecha. Aunque algunos clientes del taxi colectivo preferimos girar a la izquierda y, sobre todo, poner las luces largas para ascender a lo alto de las montañas, que desde arriba las cosas se ven mejor. Porque esa es otra tendencia del ser humano que no debería olvidarse: siempre que uno tiene una loma detrás, se siente tentado de subir hasta arriba, para otear las cosas desde la distancia. Así pues, ¡taxi!, pero a la izquierda, oiga, y hacia arriba, que, para bajar e ir por donde siempre, siempre hay tiempo.

Campaña de imagen

Pepino Franco
Pepino Franco

Habrá una campaña de defensa de la imagen del pepino y del resto de hortalizas de la piel de toro, injustamente vituperadas por Merkel & Co. Se trata de lavar ante la opinión pública la imagen de la huerta hispana, en cuya historia, ¡ay!, no siempre ha habido pepinos sin bacterias. Hubo un pepino muy venenoso, apellidado Franco, que amargó el sabor de boca de muchos compatriotas durante cuarenta años de una ensalada interminable y muy estomagante. Y sobre la figura de ese tal Pepino Franco llevamos -unos sufriendo, otros disfrutando- una larga campaña de imagen, larguísima, que se comprueba con solo echar un vistazo a los numerosos tomos revisionistas sobre aquellos tenebrosos años que se pueden encontrar en cualquier librería y que han tenido su corolario en un magno diccionario pagado con fondos públicos. Que si aquello no era una dictadura, sino un régimen autoritario, bla, bla, bla. Lo preocupante es que esta infección haya penetrado en una institución a la que se le presume tanta seriedad como la Real Academia de la Historia, que por cierto está en la madrileña calle de las Huertas. Huertas de pepinos, se entiende.

80 años de aquel 14 de abril

Bandera republicana
Bandera II R

Cuando estudiaba Periodismo, hace ya veinte años («ahora que de casi todo hace ya veinte años», que escribiría el poeta), cada 14 de abril se hacía en la Facultad una fiestecilla, la «sangría republicana». Festejábamos con alegría, a golpe de tintorro barato mezclado con Fanta de limón, la fugaz etapa republicana, a la que puso fin un golpe de Estado fascista y una posterior Guerra Civil que dio paso a una maldita dictadura de cuarenta años. La democracia es deudora de aquella etapa, la etapa de un Gobierno reformista que topó con los dos grandes poderes fácticos de la historia de España, el Ejército y la Iglesia. Es tiempo de recordar sus logros, su historia, sus aciertos y errores, y su triste fin… Y de tener en cuenta que, aunque parezca complicado, quizá en el futuro podamos ver una III República en España, quien sabe si antes de que pasen otros ochenta años, los que hoy se cumplen desde la proclamación de la II.