Historiadores de lo cotidiano

Última viñeta de Forges
Última viñeta de Forges

En una de las casas donde viví en Lugo, provincia de donde era oriunda la familia paterna de Antonio Fraguas Forges, tenía una puerta corredera repleta de viñetas de El Perich, que, en aquellos tiempos de inexistencia de lo digital (lo digital no ha existido siempre, querid@s), el periódico en el que yo trabajaba iba recibiendo día a día por fax (otro artilugio del pasado) para su publicación. El Progreso las publicaba, y yo hacía una copia para irlas coleccionando y pegando en mi hogar. Viñetistas, humoristas o, ¿por qué no?, historiadores de lo cotidiano en los medios, como El Perich, Peridis, Gallego y Rey, Romeu, Máximo, El Roto… Mucho genio y mucho arte comprimido en unos pocos centímetros cuadrados.Ahora acaba de irse Forges, y a partir de este viernes va a ser triste abrir El País que cada día recojo en el quiosco de mi quiosquera, Candi, buscar la viñeta y no encontrarla. De Forges se pondera su humor compasivo, nunca hiriente, que siempre nos arrancaba una sonrisa matinal a sus lectores, fascinados por la inteligencia y ternura con la que este genio de la ilustración reflejaba las tontunas de este tonto ser humano que somos todos. La vida necesita de intérpretes así, que nos la expliquen con cuatro trazos y unas pocas palabras, algo tan sencillo y tan complejo a la vez.

Loquimundo

El Cielo de los Tristes
El Cielo de los Tristes

Iba a entrar en la función y le comenté a mi estimado amigo Fernando Sánchez-Cabezudo, el director de la Kubik Fabrik, sin tener ni idea de qué iba el tinglado de la obra El Cielo de los Tristes, «oye, Fernando, esto parece una tela de araña». Yo me refería a los telones plásticos que ocupaban el escenario y al atrevidísimo montaje que uno ve en cuanto penetra en  la sala. Él se limitó a contestarme con misterio y una media sonrisa: «Pues ya verás, ya verás». Y vaya que si vi. O entreví. Porque la  obra, a cargo de la compañía Los Corderos, que para ser corderos tienen mucho de salvajes, es una metáfora, o alegoría existencial, del  loquimundo absurdo en el que vivimos. Una pieza apoyada en el humor ácido y corrosivo que destilan sus dos protagonistas para hablar de la vida y en sus piruetas físicas y verbales, de ese arte de vivir que, como dicen ellos, nunca es fácil ni se aprende rápidamente; y yo diría más: ni se llega a aprender, ni a aprehender. Acaba la obra y te pones a aplaudir sin saber a quién. Porque, al fin y al cabo, todos hacemos malabarismos mentales para seguir sobreviviendo. Y porque aplaudiendo no se sabe si estás aplaudiendo a los actores, o al absurdo de vida que llevamos el común de los mortales a poco que lo pensemos. Es una pieza original e inteligente que merece mucho la pena verse, y luego te da que pensar porque en cuanto sales de la sala te entran unos singulares efectos secundarios que dan que cavilar. Hoy tienen una oportunidad de nuevo para verla (Kubik Fabrik, 20:30). Cuando termina la obra, uno de los dos actores se metamorfosea (o parece metamorfosearse) en… sorpresa. Pero que no iba yo desencaminado con el comentario que le hice a ciegas a Fernando, vaya.