Lo malo no es solo que las cuchillas corten; lo peor es que el señor presidente ni siquiera parece que tenga sangre

Fabricación de una concertina como las que se usan en la frontera de Meilla
Fabricación de una concertina como las puestas en la frontera

Una gran persona que me honra con su amistad, dotada de una inteligencia emocional y una empatía fuera de lo común ahora que no me oye, me comentaba esta mañana que había tenido que parar de leer, porque se le hacía insoportable el dolor de fijar sus ojos entre las líneas del texto, un reportaje de El País sobre los efectos de la verja erizada de cuchillas que el Gobierno del PP mantiene en el perímetro fronterizo de Melilla. Unas cuchillas, recuerden ustedes, sobre las que el señor presidente del Gobierno dijo que iba a encargar un estudio acerca de su riesgo para la integridad humana, porque parece ser que no lo tenía claro, quedándose tan pancho, con esa cara de yo no fui y de cordero degollado que se gasta el prócer cuando se cumplen los dos años de su victoria en las urnas y de sus aterradoras consecuencias, ¡ay!, sobre el recortable en que ha convertido la piel de toro merced a sus tijeretazos por doquier. Qué ser. Y lo malo no es que las cuchillas corten a los inmigrantes que, llevados de su desesperación, intentan entrar en España, que también. Lo peor es que tengamos un presidente tan indiferente al efecto de sus políticas, un político que parezca tan de cartón piedra y que no sangre pensando en las consecuencias y los destrozos que están haciendo, con cuchillas o a machetazos que tajan nuestro Estado del Bienestar. Un presidente que ni siquiera parece que tenga sangre. Yo nunca jamás votaré ni a Rajoy, ni al conservador PP, y estoy seguro de que la persona que tuvo que dejar de leer el periódico tampoco, pero este señor es el presidente de tod@s, me caiga a mí mejor o peor (que es el caso), y da miedo semejante insensibilidad de quien nos representa. Un Gobierno democrático ha de tener otras alternativas para regular los flujos migratorios.

Los Popescu

Stop Desahucios
Stop Desahucios

Tuve unos vecinos de planta con los que compartí planta durante muchos años. Los Popescu, rumanos de Rumanía, trabajadores inmigrantes afincados en España desde hace muchos años tras una breve estancia en Alemania. Los Popescu criaron a sus dos hijos (niño y niña, estudiosos e inteligentes) puerta con puerta conmigo, en este barrio obrero del sur de Madrid. Algunos vecinos cotillas pensaban que venían de Estados Unidos (no sé el porqué de esa conjetura, porque Popescu suena a rumano de Rumanía). Una mala buena mañana de este lluvioso invierno en Madrid, los Popescu comenzaron a bajar sus cosas a la calle. El banco los iba a desalojar, y antes de que llegaran los ejecutores de esa tremenda muerte civil que se viene aplicando con suma desvergüenza en España desde hace también demasiados años, los Popescu, que siempre fueron discretos y orgullosos, cogieron sus cosas y se fueron. Unos días más tarde llegó la severa reprimenda europea a la cruel normativa de desahucios española, pero ya era tarde para los Popescu, que lo habían intentado todo para reconducir la hipoteca que ya no podían pagar, como consecuencia del quebranto del sector de la construcción en el que trabajaba el padre. Así que embalaron y se fueron. Me despedí de ellos en la calle, al pie de la furgoneta que les llevaba a su otra vida, y en el rostro del padre se adivinaron unas lágrimas, el mismo llanto que surca ahora las paredes desnudas del que fue su hogar, poblado también de los mismos gritos de dolor lastimero que atruenan en tantas partes de España.

Vuelven las redadas

Redes
Redes

Las redadas indiscriminadas en forma de exigencia de la identificación a transeúntes solo por el color de su piel y su aspecto físico han vuelto. El Gobierno del Pop Party se comprometió a erradicarlas y así pareció ser durante un tiempo a partir de finales del pasado mes de mayo. Pero ya están aquí de nuevo, poco a poco: policías de paisano apostados en los intercambiadores de transporte (es muy frecuente verlos en los pasillos de determinadas estaciones de metro de barrio con un elevado porcentaje de población foránea) que solicitan la documentación a los inmigrantes que pasan. A mí no me la piden, pero yo estoy por dársela, a ver qué pasa. Y si usted es extranjero, pero tiene los ojos azules y el pelo rubio, tampoco la harán. Yo no tengo el pelo rubio, ni los ojos azules, y en cualquier momento puedo convertirme en inmigrante si me marchara a otra nación. Esto no es una broma: en otros países se han montado tremendos escándalos por estas prácticas. Así funcionan las cosas en este país, en donde parece que todo da igual. Pero así se va también lentamente retrocediendo, sin prisa pero sin pausa, en derechos y libertades, en práctica democrática, extremo en el que España, mal que nos pese, está todavía a años luz de otros países más avanzados.