Legión desesperada

Sin empleo
Sin empleo

«Me cruzo por la calle, doctora, con gentes en mi misma situación. Entre nosotros nos reconocemos a simple vista. Gentes que salimos de casa por la mañana fingiendo que tenemos que cumplir una rutina, a la misma hora, sin el destino que solíamos tener hasta hace pocas semanas en muchos casos. Miradas furtivas entre los estantes del supermercado si ves a algún conocido. Gestos huidizos cuando coincides con un vecino, a una hora laboral, en el parque, leyendo y releyendo las páginas de empleo. Las mentiras que les sueltas a los hijos si te preguntan cómo fue hoy el trabajo, papi. El trabajo que perdí sin saber por qué, el trabajo del que me dieron la patada sin apenas explicaciones, por culpa de una maldita crisis que habla en el inglés global y que yo no entiendo por más que me lo expliquen. Lo único que entiendo, doctora, es que me quedé sin trabajo; que formo parte de una legión desesperada, y que quiero que usted me ayude para ver cómo le puedo explicar esto a mis hijos sin trasladarles mi angustia.»

La cabra y los gritos

La cabra
La cabra

«Me presento. Soy la cabra de la Legión que año tras año asiste al desfile militar del 12 de octubre. Soy la cabra que en los últimos años presencia también los gritos de una panda de humanos asistentes hacia otro humano asistente que tiene las cejas apuntadas, creo que le llaman presidente del Gobierno. Oigan -bueno, no me oirán porque no entienden mi lenguaje-, pero yo siempre me pregunto una cosa: ustedes los humanos de esta piel de toro llamada España, ¿no votan cada cuatro años para elegir quién les preside? Y entonces, ¿por qué esos chillones no manifiestan un poco más  de respeto y buena educación hacia esas cosas que ustedes los humanos llaman instituciones, aunque no les gusten sus inquilinos? Nosotras las cabras nos ponemos a darnos de cabezazos por un quítame allá esas pajas, pero a los humanos se les presupone algo más de saber estar. Y encima esos señores y señoras tan vociferantes se ponen a chillar cuando suena esa musiquilla solemne que llaman himno nacional; pero, ¿no son ustedes tan patriotas? Es curioso, pero juraría -aunque la vista ya me falla- que algunos de esos seres tan vociferantes que chillaban ayer son parientes de otros humanos que venían aquí hace años, cuando era otro humano el que presidía el desfile, un paisano mío gallego caprino (yo también soy de Ferrol) al que yo le tenía mucho cariño: no en vano era un gran macho cabrío, un gran cabrón que anduvo cuarenta años en la tribuna de autoridades. Pero no recuerdo que los antepasados de estos seres tan vociferantes dieran berridos en aquel entonces, no (y eso que mi primo era un dictador al que no se le podía ni votar, ni botar); más bien le aclamaban y elevaban la mano hacia el cielo. Ah, que era para ver si llovía; yo es que de política no entiendo, y además, insisto, tengo la vista cansada.»