Videojuegos

Policías, en Londres
Londres

¿Qué está pasando? ¿Por qué hordas de jóvenes saquean, queman y revientan por las costuras la ciudad de Londres y otras localidades del Reino Unido? Son disturbios con aroma de videojuego, con la estética de destrucción nihilista que ambienta estos entretenimientos de los adolescentes (también de los españoles). La mecha parece haberla prendido la muerte de un joven a manos de la Policía, pero el trasfondo de este asunto es más complicado: tensiones raciales, pobreza, desarraigo social, ansia de violencia por la violencia… Jóvenes que quizá confunden la vida con un videojuego. Pero no valen los análisis simplistas: la política debe también preguntarse por qué se suceden estos conflictos. No es tolerable tanta violencia, aunque habría que ir al fondo del asunto. El diario británico The Guardian apunta algunas claves para tener una foto de conjunto, más allá de las llamaradas, en un artículo que merece la pena leer, en el cual recuerda que Reino Unido es hoy un país en el cual «el 10% más rico es ahora 100 veces más rico que los más pobres, donde el consumismo afianzado sobre el endeudamiento personal ha sido incentivado durante años como la solución para una economía vacilante y donde, según la OCDE, la movilidad social es peor que en cualquier otro país desarrollado». Adolescentes asaltando almacenes para llevarse reproductores de vídeo, televisores, ordenadores… como para procurarse un futuro cobijo para su realidad de videojuego. Pero la vida no lo es, y refugiarse en un videojuego es cerrar los ojos a un futuro que estos jóvenes no parecen encontrar. Game over.

Real realidad

Catalina de Aragón
Catalina de Aragón

Los reyes, reinas, príncipes y princesas se casaban antes por intereses: el mantenimiento de un imperio, la consolidación de una alianza militar, el reforzamiento de una dinastía. Hubo otra princesa Catalina, Catalina de Aragón, casada con el célebre Enrique VIII, reina de Inglaterra, que ilustra bien esa era de confabulaciones y conjuras de unos reinos frente a otros. Siglos más tarde, en estos tiempos globales que vivimos, las bodas reales se han convertido en un gran espectáculo que tiene audiencias incalculables, con el apoyo entusiasta de unos medios de comunicación que envuelven en toneladas de almíbar y oropel enlaces que ya no son de sangre azul, sino de jóvenes enamorados, que se siguen casando por interés: el interés en que las familias reales no se extingan, a costa de que la sangre azul se vaya decolorando y tiñendo de los tonos de la gente de la calle (de lo cual surge una pregunta: si la sangre azul ya no es un requisito para tan altas magistraturas, ¿no sería preferible que las jefaturas de los estados las puedan ejercer personas elegidas en las urnas?). Los enlaces reales enloquecen al mundo digital, con las redes sociales echando humo con los chascarrillos de la basca, aunque en realidad, la realidad real de muchas de las gentes que vieron ayer el chou por la tele o por Internet siga siendo bien distinta: el euríbor que aumenta, el paro que sube, el miedo al futuro, los efectos de la crisis que nos siguen golpeando.

«Thank you and goodbye»

Gordon Brown
Gordon Brown

No soy yo el que se va, no se entristezcan (o no se alegren; depende). ¡Cómo voy a decirles adiós, con lo que me entretiene este cuaderno de notas! El título de este post hace referencia a la despedida del laborista Gordon Brown ayer por la tarde frente al 10 de Downing Street, en un acto de normalidad democrática con el que dio paso (¡lástima!, :-(,  para qué voy a ocultarlo, pero los votos son los votos) al nuevo inquilino de la residencia de los primeros ministros británicos, el conservador David Cameron, a los pocos días de celebrarse los comicios generales en el Reino Unido. Son las formas uno de los factores que distinguen la democracia, que pese a todas sus imperfecciones es el mejor sistema político -el menos malo al menos de los conocidos en estos milenios de historia- con el que nos hemos dotado los seres humanos. Normalidad, pues, que forma parte de la acendrada democracia británica, y algunos párrafos del discurso de despedida de Mr. Brown, que compareció emocionado y sincero en este vídeo de la BBC: «I loved the job not for its prestige, its titles and its ceremony – which I do not love at all. No, I loved the job for its potential to make this country I love fairer, more tolerant, more green, more democratic, more prosperous and more just – truly a greater Britain» («He amado esta responsabilidad no por su prestigio, sus títulos y su ceremonia, que no me gustan nada en absoluto. No; disfruté de este deber por sus posibilidades para hacer del país que amo una nación más justa, más tolerante, más ecologista, más democrática, más próspera y más justa. Una Gran Bretaña más grande, en verdad»). Tras un «gracias y adiós», frente a los medios, despojado del peso de la púrpura, al (dicen) generalmente hosco señor Brown se le vio en apariencia feliz, relajado, acompañado de su familia, en su último paseo en el Jaguar oficial del prime minister, camino del palacio de Buckingham para su también último despacho oficial con la reina. Ya es historia.