Gorriones

Gorrión común
Gorrión común

Envolverse en patrias y banderas suele ser un entretenimiento que solo gusta  al que le gusta envolverse en patrias y banderas. Nunca he creído en identidades cerradas, en enseñas, en himnos. Deberíamos haber avanzado lo suficiente, en la historia humana, para entender que lo único que nos deberían unir son los valores y principios universales, los fundados en aquella lejana revolución de 1789, la libertad, la igualdad y la fraternidad. Los que levantan muros y fronteras no van conmigo. No creo que haya que ser nacionalista para que se pueda sentir apego a una cultura o a una lengua, pero ese apego, llevado a extremos y traducido a políticas concretas, solo genera grandes dolores de cabeza y cegueras irreversibles. Todo nacionalismo se define por oposición a algo, por negación de alguien. Las banderas las deshilachan el tiempo y la historia, y todo esfuerzo destinado a remendarlas es una empresa inútil. Vivimos en un mundo globalizado que dejó atrás la taifa, el campanario y la aldea. El nacimiento es un mero accidente: convertir esa pura chiripa en una señal de destino fulgurante o en un designio de los dioses es una pura tontería. Un gorrión se llama de diferentes formas en las distintas partes que componen este accidente geográfico llamado España, pero surca cielos a veces azules, a veces grises, que no tienen limitaciones ni enseñas, que pertenecen a todos los que habitamos este loco país dentro de este no menos loquimundo global.

Tiene que llover

Duran
Duran

Tiene que llover a cántaros sobre la piel de toro. Para eliminar las boinas de suciedad y polución que se aposentan sobre las ciudades. Una lluvia suave y persistente a la vez, que elimine la contaminación acumulada en este cálido otoño. Y que luego salga el sol y blanquee la piel de toro, sin llegar a cuartearla. Un agua purificadora que, sobre todo, se lleve por delante los prejuicios que a estas alturas todavía existen entre las comunidades de esta antigua nación, una de los más viejas de Europa para tantas cosas. Los prejuicios entre norte y sur; entre este y oeste. Los prejuicios sobre los que cabalgan formaciones nacionalistas como la de Duran i Lleida, que acaba de cargar contra los jornaleros andaluces, una vez más, olvidándose de los millones de emigrantes andaluces, y de manchegos (mi padre entre ellos), y de gallegos, y de extremeños… que marcharon a Cataluña décadas atrás, sin cuyo trabajo y entusiasmo la industria catalana nunca habría podido desarrollarse. Y que se borren también los prejuicios que en muchas zonas y en muchas latitudes ideológicas se siguen teniendo hacia Cataluña, que ha sido siempre motor de España. Y que, tras la lluvia, la nación se funde sobre una defensa común de valores, y no sobre un conjunto de banderas desvaídas.