Confusión alfanumérica

El móvil
El móvil

«Mi empresa me cambió el móvil corporativo, como se dice ahora, y durante los primeros días anduve feliz. Es de estos modernos, muy chulos, con una tocha pantalla táctil, que puedes toquetear permanentemente con un lapicerito o ¡ayyyy! con las yemas de los dedos; qué excitante. Sólo le faltan dos cosas al/la pobre: hablarme al oído, motu proprio -susurrarme mejor-, y dominar alguna especialidad repostera: la crema pastelera, por ejemplo. Anduve feliz, repito, sobre todo porque el recién estrenado cacharro, a diferencia del teléfono anterior, no me daba mucha lata. Apenas sonaba a horas intempestivas, ni me sobresaltaba con eseemeeses inoportunos de mis superiores, con órdenes imposibles e incluso contradictorias. Hasta que descubrí que algo funcionaba mal en el aparato, y mi actual mujer se agarró un gran mosqueo, porque desde el nuevo terminal le llegaban llamadas mías que yo juraría no haber hecho, con conversaciones extravagantes de fondo. Y pasadas novias también se alarmaban (o se alegraban, depende) al recibir llamadas que yo tampoco creo que quisiera hacerles. Antes de que la confusión fuera a peor, por fin se descubrió que el origen de todo el jaleo estaba en un  equivocado código alfanumérico que portaba el móvil, y que detectó a tiempo un informático de mi empresa. Ahora estoy pendiente de que ese informático tan avispado le pueda hacer un chequeo a mi mente, porque yo creo que también arrastro algo raro en mi propia configuración alfanumérica.»

@grimensores

Arroba
Arroba

Las nuevas tecnologías van parcelando nuestra existencia y creando nuevas realidades, cual agrimensores. La arroba, de ser una medida de capacidad agraria tan querida para nuestros abuelos (una arroba de trigo, dos arrobas de alfalfa), se ha convertido para sus nietos en un símbolo aséptico y asexuado, que se usa para direcciones de correo electrónico y otras aplicaciones informáticas, y para hacer de ella uso en expresiones políticamente correctas (l@s ciudadan@s). Una arroba equivalía a algo más de once kilos de peso, aunque admitía variaciones según los antiguos reinos que integraban esta milenaria piel de toro. Ahora ha perdido esos ecos del campo, se ha desprovisto de toda esa masa y navega liviana por la red, acompañando nuestras cuentas de correo, nuestras confidencias, confesiones y complicidades. Antes las arrobas era una realidad en los campos de Castilla, entre mares de cebada; ahora surcan la mar océana virtual.