Esta farsa no funciona

Montebourg
Montebourg

La crisis deja claro que la farsa en la que vivimos no funciona. Supeditar la política (anularla más bien), como hace la derecha, al dictado de unos mercados insaciables nos lleva, directamente, al suicidio social. ¿Quién vota a los señores y señoras mercados, que son los que imponen el ritmo de nuestras vidas y marcan los recortes tan brutales?¿Para qué sirve nuestro voto en este estado de cosas, si los actuales gobernantes de la derecha no son capaces de plantar cara a las tropelías del mundo financiero? ¿Dónde está el presidente del Gobierno de España? Esta última pregunta sí tiene respuesta: Rajoy se halla recortando y huyendo de preguntas incómodas de los periodistas. Vamos mal, peor. Hace falta reorientarlo todo antes de perecer. Pensar, quizá, en la desglobalización que propone un socialista francés en un interesante librito de lectura recomendada: ¡Votad la desglobabilización!, de Arnaud Montebourg, en el que denuncia que los procesos globalizadores, con la producción exportada a países que no respetan nada y se ríen de todo lo que huela a derechos y libertades civiles, ha traído la ruina a las clases trabajadoras de Occidente y a nuestro propio modelo socieconómico.

PD.- Una de las denuncias de Montebourg: ¿sabían ustedes que ese iPhone tan deseado y tan cool se produce en fábricas chinas en régimen de semiesclavitud? En la factoría en donde se fabrican en Guanlan hubo una oleada de suicidios y a los propietarios de la factoría, para evitarlo, se les ocurrieron dos ideas: poner «barrotes en las ventanas y colchones para evitar las defenestraciones» y hacer firmar un documento a los empleados «diciendo que la empresa no pagaría nada a sus familias en caso de suicidio (…)». ¿Sobre este modelo putrefacto de producción queremos que se asiente nuestro desarrollo? No lo parece, y Montebourg tiene un buen puñado de respuestas desde una óptica socialdemócrata y europea.

Alfanumérico

Neón alfanumérico
Neón alfanumérico

«Y, doctora, si un día me pego un golpe en la cabeza y se me borran todas las claves, ¿qué pasaría, cómo recuperaría mi vida? Todo lo que he sido y me queda por ser. Las claves, pines, passwords, contraseñas para consultar los correos electrónicos, entrar en el ordenador, llamar por teléfono, hacer compras online a proveedores diversos, repasar movimientos bancarios, editar productos electrónicos varios, comprobar mis identidades digitales… Los seres humanos de estas alturas del milenio en Occidente tenemos la mente llena de extrañas combinaciones alfanuméricas que creemos que nos procuran la felicidad, aunque a veces internarse en los mundos a que dan paso estos salvoconductos digitales trae más quebraderos de cabeza que otra cosa. Pienso, doctora, en otras partes del mundo y en otras gentes que no tengan la cabeza tan pobladas de claves, y pienso si no serán más felices con menos ecosistemas alfanuméricos en el cerebro, pero teniendo a cambio las claves para plantar un árbol, cocer un pan o cuidar un gorrino. Las passwords con las que creeemos tener dominados a los cacharros electrónicos, ¿no serán en realidad un invento de esos mismos cacharros electrónicos para tenernos domesticados a nosotr@s? ¡Reprográmeme, doctora!»

Repugnancia

Bandera libia
Bandera libia

El régimen de Libia era una tiranía, una farsa en manos de un déspota al que, ¡ay!, Occidente le rio las gracias durante varias décadas. Solo cuando, al hilo del contagio de la primavera árabe, el dictador se pasó de vueltas y empezó a masacrar las revueltas, solo entonces Occidente decidió intervenir para poner fin a la farsa, algo posiblemente necesario para que el sátrapa no se perpetuara en el poder otros cuarenta años (con la misma risa bobalicona occidental). Pero se debería haber garantizado la captura en vida de Gadafi, y haber evitado lo que se asemeja demasiado a un cruel linchamiento y posterior distribución propagandística de la imagen su cadáver. El villano tenía que haber sido conducido a un tribunal de Justicia, para responder de sus crímenes, como cualquier mortal. Para que fuera juzgado con todas las garantías, precisamente las garantías que nunca tuvieron sus detractores. Porque lo que ha ocurrido ha sido, simplemente, repugnante, una repugnancia por cierto exhibida una y otra vez, pareciera que con cierta delectación, por las cadenas de televisión de todo el mundo. Una barbaridad más en una cruenta guerra tras cuyo inminente fin el objetivo debe ser establecer una democracia que vele por la justicia social, el desarrollo de la sociedad aprovechando los grandes recursos del país y la igualdad de los derechos de la mujer. Si no se avanza en esa dirección, lo de Libia seguirá siendo una tragicomedia que se seguirá desarrollando, a escasas horas de aquí, ante nuestra indiferencia. El Occidente que se implicó en poner fin a la tiranía debe involucrarse ahora en el futuro democrático de Libia.