La peluquera búlgara

Hairbrush / by Milos Vanilos
Hairbrush / by Milos Vanilos

«Estaba en una peluquería de mi barrio a la que no suelo ir, doctora, y la peluquera que me estaba cortando el pelo se me quedó mirando fijamente a los ojos mediante sus ojos reflejados en el espejo. No sé si miraba así porque era búlgara, según me confesó al rato, y yo soy ignorante en los usos y costumbres del mirar de los búlgaros/as. El caso es que mi padre tuvo hace muchos años un jefe búlgaro que huyó del entonces régimen comunista de su país y montó una empresa de artes gráficas en Málaga allá en los años 80, pero nunca caí en preguntarle a mi padre cómo es la mirada intensa a la búlgara. Perdone, doctora, regreso a la peluquería, que se me va la olla con mis elucubraciones. Vuelta al momento espejo: me preguntó la susodicha peluquera tras el intenso cruce de ojos; bueno, afirmó tajante: «Tienes cara de reportero». «Pues has acertado», repuse, «porque soy periodista; aunque ya no sé bien qué soy», añadí. A partir de ahí entramos en una animada discusión sobre si la función del ser humano moldea la cara, o al final nos dedicamos a las cosas para las que la genética nos da la cara. Hay gente con rostros de malagente: hace unos días, en el Metro, iba una pava con cara de malaje hablando por el movileto, doctora. La pava iba hablando con su interlocutor/a de cómo reducir al mínimo la indemnización que tenía que percibir una persona a la que quería despedir al amparo de esta puta crisis. Y a la pava ni se le torcía el gesto, ni nada. Parecía hasta feliz, doctora, de poder perpetrar semejante crimen. Me dieron ganas de vomitar por ella, o de denunciarla, y de contarlo en directo vía Twitter, que para eso tengo todavía algo de reportero según adivinó la peluquera búlgara.»

Añil, verde y blanco

Colores manchegos, en Almagro
Colores manchegos

Comencé el año en La Mancha. Recorriendo las llanuras manchegas, tan subyugantes, alternando del cereal al viñedo, del páramo aparente -pero lleno de vida- a los inmensos humedales de Las Tablas de Daimiel, que se asemejan a un espejismo, uno de los mayores espectáculos que se puede encontrar en el medio de la península. Un mar en el medio de Castilla. Son tierras aún hoy en día muy desconocidas para muchas gentes, que bien merecen muchas visitas. Sumergirse en su intenso cielo azul, que se ve reflejado en el añil que colorea muchas edificaciones rurales que salpican sus verdes campos. Reconfortar el cuerpo con sus platos tan sencillos y tan deliciosos, sus asadillos, pistos, duelos y quebrantos, migas, su vino, las berenjenas de Almagro, el queso manchego: sin duda, el mejor queso del mundo. Es la tierra de mi padre, manchego de Ciudad Real. Las mismas tierras que vieron pasar a don Quijote y a Sancho, protagonistas de una novela que, como siempre me recuerda mi mujer, no es sino la más hermosa historia de amistad entre dos almas tan dispares que se puede encontrar en la literatura universal. Conocer La Mancha es enamorarse de ella.