¡Viva la Constitución!

Homenaje a la Constitución
Homenaje a la Constitución en el Congreso

De adolescente, en los entonces BUP y COU que solo recordamos las gentes que tenemos ya una edad, tuvimos una profesora de Historia dotada de una capacidad pedagógica que apenas volví a conocer de nadie en esta materia. Nos enseñó la evolución de la historia de este país nuestro de manera comprensiva, sistemática y con las luces largas. No recuerdo bien su nombre, pero sí me acuerdo de la manera en que condensaba lo que debíamos aprender mediante esquemas que aprendí a hacer con ella y que aún recuerdo, porque en apenas unos cuadros sintetizaba las idas y venidas de la historia con una claridad meridiana.

Había un esquema de aquellos tiempos que me gustaba mucho: compilaba la evolución de las constituciones españolas, desde la de 1812 a la de 1978 que rige en la actualidad. Muchas de estas leyes fundamentales respondieron a revoluciones y a cambios profundos de la historia atribulada de la piel de toro, escrita en campos de batalla entre reinos y reinos, entre hermanos y hermanos.

Pero yo creo que la constitución verdaderamente revolucionaria fue la de 1978, por cuanto que sentó alrededor de una mesa a políticos de diferente signo, de la izquierda -mi izquierda-, a la derecha, todos unidos por un empeño: dejar atrás los cuarenta años de plomo de la dictadura franquista y construir, sobre los cimientos del consenso y del acuerdo, un edificio en el que todos tuviéramos cabida, que dejara el paso cerrado para siempre a los enfrentamientos cainitas, que abriera puertas y ventanas a la modernidad, a la consolidación del Estado del Bienestar y a Europa.

Cuarenta años más tarde, en un momento en el que las etiquetas ideológicas están en plena transformación y cambio, hay una línea que sí que sigue plenamente vigente: la de la defensa de la Constitución y de su pleno desarrollo. A este lado de la línea podemos caber todos los que estemos con la tolerancia, el diálogo, la moderación y la palabra; los intolerantes no pueden caber aquí. ¡Viva la Constitución!

Vuelta a la tartera

Tartera
Tartera

En este país nos creímos, o se creyeron algunos, los más guapos, los más listos y los más ricos del universo mundo. Olvidamos, como cuenta con gracia una compañera, que nuestros abuelos hacían caca y pis en el corral. Aquí todo dios parecía nacido en La Moraleja, con apellidos en el Gotha y abuelos de abolengo que habían velado armas en la Reconquista. Pero, ay, que no. Que este era un mundo y una sociedad con pies de barro. Que siempre hemos sido pobres: lo que ocurre es que un chorro de dinero barato (procedente de Alemania, por cierto; de ahí que Angela Merkel no ceda un ápice a la hora de cobrarse la pieza) nos quitó algo de mugre y nos limpió el barrillo. Pero ahora volvemos donde solíamos. Un país que se creyó en la cresta de la ola, pero no. Ahora los críos -privados de becas y de ayudas públicas por la gracia de Mariano Rajoy y sus doctrinas neocon (el que quiera educación, que se la pague; el que quiera sanidad, que se la pague)- volverán en muchos casos al cole con el tupper de hoy, la entrañable tartera de antaño toda la vida, testigo de nuestra modestia y señal del futuro incierto que aguarda a nuestros hijos, a nuestras hijas. Perra vida.

Vuelven las redadas

Redes
Redes

Las redadas indiscriminadas en forma de exigencia de la identificación a transeúntes solo por el color de su piel y su aspecto físico han vuelto. El Gobierno del Pop Party se comprometió a erradicarlas y así pareció ser durante un tiempo a partir de finales del pasado mes de mayo. Pero ya están aquí de nuevo, poco a poco: policías de paisano apostados en los intercambiadores de transporte (es muy frecuente verlos en los pasillos de determinadas estaciones de metro de barrio con un elevado porcentaje de población foránea) que solicitan la documentación a los inmigrantes que pasan. A mí no me la piden, pero yo estoy por dársela, a ver qué pasa. Y si usted es extranjero, pero tiene los ojos azules y el pelo rubio, tampoco la harán. Yo no tengo el pelo rubio, ni los ojos azules, y en cualquier momento puedo convertirme en inmigrante si me marchara a otra nación. Esto no es una broma: en otros países se han montado tremendos escándalos por estas prácticas. Así funcionan las cosas en este país, en donde parece que todo da igual. Pero así se va también lentamente retrocediendo, sin prisa pero sin pausa, en derechos y libertades, en práctica democrática, extremo en el que España, mal que nos pese, está todavía a años luz de otros países más avanzados.