La jodimos

Panes y levaduras
Panes y levaduras

La jodimos, tronca: se nos pasó el arroz para ser influencers de la vida. Parece ser que ganan un cojón de mico, hasta seis mil pavos mensuales, por grabarse sus ocurrencias en este mundo de tiranía de lo audiovisual. Los tales influencers de todo dan consejos y acerca de todo pontifican. Yo apenas sé de nada, así que mal influencer podría ser. Bueno, va, entiendo algo de masas, alguna herencia genética de un abuelo panadero que se me enredó en los ade-ene-s. Hago pan, roscones y polvorones y cosas así: molan.

Es curioso cómo se va relacionando todo, porque la política española se está llenando de muchas masas levadas, sometidas a mil levaduras y polvos gasificantes, así que ahí puede haber nicho de negocio, ¿no te parece? Mucha levadura en materias en las que debería haber mucha masa, reposo, consenso y sosiego; lástima no aprender de las lecciones de nuestra historia en este desmemoriado país.

En los estantes de las panaderías de la derecha están apareciendo nuevos productos que condensan su “programa” en unas pocas frases gruesas más pensadas para poner tuits y captar adeptos rápidamente, que para debatir a fondo y aportar miga y consistencia al sentido común de los mortales. Son los riesgos de las redes sociales y los memes, que alimentan monstruitos. “Dicen lo que pensamos todos”, escuché a alguien recientemente, al respecto de la flamante fuerza de derecha ultra. Que es tanto como decir: “Nos regalan los oídos con lo que queremos escuchar” o “nos dan el pan que queremos comer”. Y ande yo caliente, y ríase la gente, ya tú sabes.

Pues ojo. Porque lo que sí que es de todos sabido es que comer pan caliente causa trastornos digestivos, así que ándense con cuidado para ver cómo organizan su menú. La cagalera puede ser de aúpa. Y otros, mientras tanto, nos lamentaremos de no haber elegido ser influencer, o panadero, de mayor, y ya será tarde.

La tuneladora

Tuneladora
Tuneladora

«En cuanto que empieza septiembre me gusta irme a la tuneladora. Tampoco me queda otra opción, porque ese es mi trabajo. Tengo alma de topo. Me paso agosto a la luz del sol, tostando mi piel, bronceándome para todos los meses ayunos de calor que me esperan luego pilotando la tuneladora. Abro zanjas, cavo fosas, devoro terrones de tierra sin prisa pero sin pausa, llevando la civilización tuneladora a todos los confines para los que mi empresa me manda. Por el camino como raíces de árbol, veo nidos de animales raros que me miran aunque no me vean, porque están ciegos. Maniobro con la tuneladora y me acuerdo de mis abuelos, a los que no traté demasiado, pero de quienes me dijeron que uno fue labrador y el otro un panadero que tocaba el clarinete en sus escasos ratos de ocio. Yo no he heredado ninguno de esos oficios: no sé labrar la tierra; solo la roturo por dentro. Tampoco sé hacer pan, aunque los efectos explosivos de la levadura quizá podrían emplearse para abizcochar la tierra, para hacerla más esponjosa cuando la horado con la tuneladora. Vienen meses de estar sumergido con la tuneladora, y de aflorar en algún momento para ver si afuera sigue luciendo el mismo sol del que me despedí en agosto.»