¿Cómo me he puesto así de gordo?

Arenques
Caja de arenques

«Ando ya para los ochenta años. Me acuerdo de cuando este barrio era un pueblín desangelado al otro lado del Manzanares, en aquel entonces tan lejos del centro de Madrid. Me vienen a la cabeza la guerra, el hambre que vino antes y el hambre y el horror que vinieron después con la victoria del fascio redentor. Años de plomo. Entre tanta grisura sonrío con recuerdos de pequeñas tonterías, de cuando subíamos en el tranvía que nos llevaba al centro, que iba brincando entre el adoquinado de las calles. El puentucho que había sobre el río, que había que reconstruir en cuanto el Manzanares crecía un poquito con las lluvias del invierno (que en aquellos años llovía un poco más, aunque este invierno no está siendo nada seco). Y chupábamos la raspa de la sardina arenque en salazón que comía mi padre, cuando podía, casi que como único sustento. Oiga, usted, qué hambre he pasado yo, un hambre de siglos, una hambruna insaciable. Como un ratón he roído cortezas de jamón, espinazos de cerdo, esas raspas de sardina arenque que le decía, mendrugos de pan miserable, los cachos de tocino rancio y trozos de algo que se parecía al queso, duro como una piedra. Quién me ha visto y quién me ve, porque lo que no me explico, oiga usted, es cómo me he podido poner así de gordo, con toda la hambre que yo he pasado…»

Vuelta a la tartera

Tartera
Tartera

En este país nos creímos, o se creyeron algunos, los más guapos, los más listos y los más ricos del universo mundo. Olvidamos, como cuenta con gracia una compañera, que nuestros abuelos hacían caca y pis en el corral. Aquí todo dios parecía nacido en La Moraleja, con apellidos en el Gotha y abuelos de abolengo que habían velado armas en la Reconquista. Pero, ay, que no. Que este era un mundo y una sociedad con pies de barro. Que siempre hemos sido pobres: lo que ocurre es que un chorro de dinero barato (procedente de Alemania, por cierto; de ahí que Angela Merkel no ceda un ápice a la hora de cobrarse la pieza) nos quitó algo de mugre y nos limpió el barrillo. Pero ahora volvemos donde solíamos. Un país que se creyó en la cresta de la ola, pero no. Ahora los críos -privados de becas y de ayudas públicas por la gracia de Mariano Rajoy y sus doctrinas neocon (el que quiera educación, que se la pague; el que quiera sanidad, que se la pague)- volverán en muchos casos al cole con el tupper de hoy, la entrañable tartera de antaño toda la vida, testigo de nuestra modestia y señal del futuro incierto que aguarda a nuestros hijos, a nuestras hijas. Perra vida.