Soy raro

Raro
Raro

En mi barrio obrero no hay banderas de España en estos días de agitación. Bueno, alguna. Pero apenas ninguna en comparación con todas las que proliferan en las barriadas pudientes de la capital. Se ve que la gente tiene otras preocupaciones y que ha hecho del hartazgo ante la situación catalana su enseña, que también puede ser. Es muy difícil ser humano y no sentir una especial inflamación patriótica ante un trapo de colores, sea del signo que sea. Hay algo en nuestra programación informática, en nuestro cerebro o en alguna de las miles de revueltas del ADN que impele al ser humano a creer en realidades sobrenaturales y a excitarse ante himnos y proclamas patrióticas. Yo creo que ya no es tiempo de tribus, sino que formamos parte de una comunidad de ciudadanos y ciudadanas que debería aspirar a la igualdad, a la libertad y a la fraternidad, y todo lo demás es accesorio, empezando por el nacimiento, que es fruto del azar más puro. Ese desapego a los símbolos se acrecienta si, además, uno posee convicciones de izquierda universales y que traspasan las fronteras. Pero resulta que hay mucha gente que se dice de izquierdas y también se conmueve y se inflama con entelequias. Así que soy doblemente raro, por lo que se ve, tal vez como los miles de vecinos de mi barrio obrero cuyas preocupaciones son llegar a fin de mes o el estado de los servicios públicos. Son cientos de años de historia, guerras y conflictos a cuenta de banderas como para volver a ensimismarnos con patrias. Pero, por lo que se ve, soy raro.

Cielo e infierno

Bin Laden
Bin Laden

Un gran estruendo («fuerte tormenta con aparato eléctrico», que describiría un clásico) dio paso a una incesante lluvia que golpeteaba con fuerza contra la ventana de mi cuarto, y su sonido me ayudó a que conciliara el sueño en la medianoche del domingo. Mientras, a miles de kilómetros de distancia, otro fuerte estallido seguido del tableteo de los fusiles ametralladores acabó con la vida de Osama Bin Laden, que se precipitó en el infierno del que nunca debió haber salido y cuya vesania originó, entre otras muchas barbaridades, los atentados del 11-M en Madrid. Fue el mismo día en el que otro sujeto, Juan Pablo II, ascendía al cielo como beato, a pesar de que muchos de sus detractores recordaron que no hizo nada para acabar con infiernos como el de la pederastia en la Iglesia. Y a todo esto, usted y yo durmiendos tan plácidos y tan inocentes, en el mismo día en el que tanto trajín hubo en el cielo y en el infierno. Dios, qué raro es todo.