Un minuto te puede salvar la vida

El minuto del payaso
El minuto del payaso

El payaso está contratado para hablar un minuto, en una función benéfica, pero lo hace alrededor de cincuenta en un monólogo a modo de un plano secuencia en el que reflexiona sobre el arte y sobre la vida ante su deslumbrado auditorio. Cincuenta minutos de este único protagonista que pasan en un suspiro y cuyo recuerdo pervive y me hace aún sonreír a pesar de haber visto el estreno de la obra hace una semana. Esta noche, a las 22:00, el payaso, interpretado por Luis Bermejo (Teatro del Zurdo) vuelve a la Kubik Fabrik, a volver a representar ese arte «que permite entretener la vida y olvidarnos de que tenemos que morir». Describe Bermejo en El minuto del payaso, que alterna risas y sonrisas y hace verter alguna lagrimilla, que en un minuto «Charlie Rivel nos hacía llorar de risa. Y Tortell Poltrona nos calienta el corazón. La gente entra con toda su mierda y con todo su mundo hijo de puta. Y en un minuto se lo arrancas y lo tiras lejos, fuera de aquí. Luego salen a la calle y se tropiezan con él y se lo vuelven a meter en el bolsillo. Se meten en el bolsillo su mundo de hijo de puta como si fueran las llaves de su casa, pero se les ha quedado dentro la lucecita de una sonrisa. Y cuando menos se lo esperan, en medio de su mundo de hijo de puta, se les mete en el oído la voz de Zampabollos («un puentecito, un puentecito»), o la voz de Charlie Rivel («uhhhhhhh») o lal voz de Pepe Viyuela («jodeeerrr»). Ese minuto les puede salvar la vida». Cuando acaba la obra, cada espectador sale con una nariz de payaso que no es metafórica y cuyos efectos, como yo he experimentado, perduran.

Des-inmovilizarse para crecer

Play-Inmobil, de Somosquien
Play-Inmobil, de Somosquien

¿Si creemos que somos libres, por qué nos ponemos tantas ataduras, tantos cordeles, tantos lazos, tantos grilletes, tantas ligazones, tantas dependencias, tantas correas, tantos cinturones? Ya no es que nos los pongan: es que nos los ponemos nosotr@s mism@s. Si para avanzar muchas veces no hay más remedio que romper, porque el sentido de la vida posiblemente no sea otro que vivirla, especialmente para quienes vivimos privados de la creencia ni en ningún dios, ni en el más allá, sino en el más acá, lo cercano, lo presente, lo que tocas, quienes te acompañan. Y para ese avanzar por la vida no queda otra que cortar, romper, deshacerse de lastres (aun cuando a veces corramos el riesgo de deshacernos también de nosotros mismos). Dos mujeres que danzan en el escenario desnudo, a la intemperie de la por otra parte cálida Kubik Fabrik mientras reflexionan (creo) sobre lo inmovilizadas que pueden llegar a ser nuestras vidas son las protagonistas de Play-Inmobil (última oportunidad para verla, hoy sábado a las 19:30). Quien no se desarraiga, quien no arriesga (aunque duela), muchas veces al final acaba condenado a bailar encadenado a una columna, como ocurre en esta pieza. Y quien no lo hace, pues termina como los playmóbiles en cuyo nombre se inspira el título de esta obra: que son unos muñequitos muy lindos en su rigidez pero, contrariamente a lo que su nombre indica, no se menean.

Play Promo from somosquien on Vimeo.

Quién fuera piel roja

William Shakespeare
William Shakespeare, en datos

Cuando acabó la función, que fue tan divertida y graciosa, vi a una espectadora aún riendo a mandíbula batiente, casi teniendo que sujetarse todavía las mandíbulas con las manos para que no se le siguieran descacharrando, diciendo algo así como, «ay, mi Shakespeare, con lo que a mí me gusta, lo que hacen con él». Y es que los cuatro actores de la compañía Kubik Fabrik que estos días desmontan y condensan con ingenio e inteligencia los mejores momentos de tres obras del dramaturgo inglés en la sala homónima (Otelo, Romeo y Julieta y Hamlet) demuestran que la mejor manera de querer a los clásicos es resetearlos, remasterizarlos y actualizarlos para convertirlos en este popurrí tan entretenido que es Desmontando a Shakespeare (hasta el domingo 2, a las 19:30, en la Kubik). No se lo pierdan, porque conservarán en su retina y en las comisuras de sus labios una hora y algo (parece poco, pero es muchísimo) de espectáculo teatral en estado puro, de esos en los que uno echa de menos no ser actor, no ser piel roja, tener esa capacidad para reírse de todo y de todos, hasta de los clásicos sacrosantos, y de hacer reír a los demás con todo ello. «¿Ser o no ser?»; mejor actuar, que es no ser y ser muchas cosas a la vez, como se constata viendo a Fernando Sánchez-Cabezudo, Alberto Quirós, José Troncoso y Miguel Uribe, dirigidos por Hernán Gené, y teledirigidos traviesa y locamente, sin duda, por el mismo Shakespeare.