Un regalo: apoya a Plan International

Plan International
Plan International

Mi hija Estrella y yo hacemos balance de fin de año, con cosas buenas y otras menos buenas. Ambos polos han guardado un cierto equilibrio en la balanza, así que nos sentimos serenamente felices y deseamos seguir este camino en 2018. Antes de acabar 2017, hemos hecho tal vez una de las mejores cosas que podíamos hacer a estas alturas del año: enviarle un mensaje a la niña de cinco años que tenemos apadrinada en El Salvador desde hace poco tiempo gracias a la organización Plan International. Le hemos enviado unas cariñosas palabras desde aquí, en donde tenemos de todo y ya no se valora prácticamente nada, hasta allí, en donde seguro que sufren tantas carencias que entidades como Plan ayudan a combatir. Una ONG, para quien no lo sepa, que tiene una historia singular y vinculada desde su origen a nuestro país: nació en 1937 en España, a iniciativa de un periodista británico llamado John Langdon-Davies, para dar protección a los niños y niñas huérfanos de la Guerra Civil mediante el establecimiento de colonias de acogida en Cataluña y el sur de Francia. Desde entonces, Plan fue evolucionando y fue extendiendo su labor humanitaria por todo el planeta. En 2007, Plan lanzó el movimiento Por Ser Niña, que busca conseguir un mundo justo que valore a las niñas y promocione y garantice sus derechos. Ahora que es tiempo de regalos y de consumismo frenético, ¿por qué no regalar mejor una afiliación o una donación a entidades como esta, que trabajan en contra de la desigualdad, y están especialmente implicados en la promoción de los derechos de la infancia y la igualdad de las niñas? De niñas como Daniela, nuestra apadrinada en El Salvador, a la que Estrella solo conoce de foto, pero de la que sabe que vive en zonas en donde no tienen la fortuna de tener de todo, lo que, sin duda, le ayudará a valorar la importancia de lo que ella sí tiene.

Generaciones futuras

El Gran Atasco
El Gran Atasco

No sé cuántos gases expulsa un coche en el trayecto de casa al trabajo y del trabajo a casa. Pero sí calculo que un utilitario debe de pesar como unos 1.500 kilos frente a los 75 kilos de media del ocupante que suele transportar. Y venga litros y litros de combustible que el vehículo se merienda y excreta en forma de miles de partículas que están contaminando gravemente el aire que todos respiramos. Cuando accedo al centro de la ciudad cada mañana a bordo de mi autobús de la EMT solo veo, en los carriles aledaños, coches ocupados por una persona: el conductor, y punto pelota. Así enormes colas de vehículos monoocupados; es raro ver un coche en el que haya más de un paisano. A veces pienso que algún día nos quedaremos todos atrapados en la combustión permanente y sin poder movernos un centímetro, y eso me recuerda una obra que vi hace años en la sala teatral Kubik Fabrik, El Gran Atasco, que tal vez pueda convertirse en una premonición de lo que está por venir. Miles de litros de combustible, cantidades incalculables de polución en el ambiente, todo para mover un cuerpo de 70 kilos a bordo de un coche de tonelada y media. ¿Tiene sentido este mundo? Algunos colectivos -en España, la Fundación Savia– están defendido ya la creación de un Defensor de Generaciones Futuras, una figura que vele por el mundo que le vamos a dejar a los que están por venir, a los que deberíamos legar algo más que una inmensa nube de humo.

La ruidera

Stop ruido
Stop ruido

Qué ruidera en todas partes. Cuánta falta de silencio. En las clases, en todas partes, en las redes sociales.

– Nieta, a abuelo: ¿Por qué no te gusta la ruidera?

– Abuelo: hija, ¿qué ha pasado en los museos, que antaño eran templos a los que se acudía con veneración y que ahora son objetos de consumo y fondos ideales de esas cosas llamadas selfies? Sois la generación más ego-imagen-céntrica del mundo.

– Abuelo: recuerdo un viejo proverbio  árabe: Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas. Cariño, ¡tanto ruido por todas partes! Conversaciones subidas de decibelios. Tertulias de televisión a todo meter. Cláxones de coche. Uff, y en Navidad: jingle bells a todas horas, efecto cortylandia a lo bestia, y la musiquita esa de Mariah Carey; ¡es que ya ni los villancicos de antes! Ruido, ruido y ruido. Todo el día atronando.

Antes, cuando trabajaba, me pasaba el día hablando y hablando, no te creas. Pero estaba deseando llegar a mi apartamento y, tras tanto y tanto ruido, y tantas y tantas conversaciones, guardar silencio, en exclusiva conversación con mi persona, sin tener que escuchar a nadie. Al cerebro humano le encantan los bucles, así que podía pasar horas enredado conmigo mismo.

– Nieta, a abuelo: ¿Qué te bulle en la cabecita? ¡Habla, hombre, que te vas a ir cualquier día y no te voy a haber conocido!

– Abuelo: venga, va. Coge papel y lápiz. ¡No te vayas a emocionar, que tampoco tengo tanto que contar!