El molde

Molde
Molde

Le escuché ayer a una persona reflexionar sobre que uno tiene la edad que siempre ha tenido. Me gustó esa idea. El tiempo cambia y nos cambia, pero con frecuencia seguimos igual. Hay gente idiota con quince años que cuando llega a los 45 sigue siendo igual de idiota, incluso triplemente idiota. Y hay personas maravillosas con doce años que con 36 son triplemente maravillosas. Topé una vez con una persona muy, pero muy idiota. Y, por estas casualidades de la vida, una persona que la conoció hace mucho tiempo me corroboró que era ya imbécil perdida desde su más tierna juventud. Así que con esta realidad posiblemente tenemos que jugar para saber que, aunque los cambios son posibles, prevalece en nosotros la forma que teníamos desde chiquitos. Y que se puede intentar uno modelar y remodelar, pero sobre un molde de fábrica que, por lo que se ve, admite pocas alteraciones.

 

Puerta del Sol

Puerta del Sol
Puerta del Sol

Cuando uno sale del metro a esa hora en la que la ciudad lleva ya un rato desperezándose, aunque con sueño todavía y duermevela de fondo, el sol penetra bien directo desde el este. Ahora se entiende que la Puerta del Sol se llame así, del sol, por el lugar donde debió de haber una puerta que apuntaba en la dirección del astro naciente de cada mañana. Una puerta medieval en la cerca de la que era villa antes de ser corte, en unos tiempos en los que, más allá, solo habría, posiblemente, algún arrabal de míseras casuchas y campo, mucho e ignoto campo alrededor. Ahora sigue penetrando con fiereza ese sol cada mañana. Es lo único que no ha debido de cambiar bajo sus rayos. Luz que pugna por abrirse paso entre el caserío desperdigado y variopinto que es este Madrid. Luz ardiente que se encarrila entre el surco de los edificios. Sol que calienta y deslumbra a los turistas que, tan temprano, ya pululan por esta parte de la ciudad. Y sol que acompaña, también, a los suministradores de mercancías varias de los establecimientos que jalonan la carrera de San Jerónimo. Así es el despertar en esta parte de mi ciudad.

Caminar hacia la luz

El Concierto de San Ovidio
El Concierto de San Ovidio

En la vida deberíamos caminar hacia la luz, aunque haya tanta gente que prefiera el reverso de las tinieblas. Dejar de abismarnos en las sombras, salir al sol. Hoy leía una entrevista en prensa con un filósofo que no conocía, Josep María Esquirol, que habla de los dos infinitivos que, al final, son los que guían nuestra vida: amar y pensar.  Evitar las penumbras. Ignorar a los que hieren y causan daño. Rechazar también a los insensibles al dolor ajeno, a quienes tienen el corazón de hielo, a los que no se conmueven ante el sufrimiento (uf, estos son casi los peores). No transigir, tampoco, con quienes ríen las bromas y las chanzas, con los miserables que se burlan de los demás, como los personajes que se pitorrean de los ciegos de El Concierto de San Ovidio, de Antonio Buero Vallejo, que se representa estos días en el Centro Dramático Nacional de Madrid. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, como también apuntaba el filósofo que citaba al principio de este apunte.