Un volcán bajo los cimientos

Techo del hemiciclo
Techo del hemiciclo

Hoy un diputado ha insultado gravemente a un ministro del Gobierno de España, disparando en el hemiciclo una tensión insoportable. ¿Ha reparado este diputado en la imagen pública que actitudes como la suya producen, minando por completo la confianza de los ciudadanos en la política? ¿Le importa algo? En otras ocasiones son otros los que vierten sus porquerías. Deberían sobrar los exabruptos y las palabras gruesas en el que algunos llaman templo de la palabra. Porque la imagen que se traslada a la sociedad es penosa, porque se alimenta un caldo de cultivo ideal para para la propagación de populismos y extremismos.

He escrito muchas veces que la política interesa y es noticia cuando es escándalo y es bronca. Los medios también tendrían que reflexionar. Porque no es normal que el debate de esta mañana en los mentideros mediáticos fuera si hubo escupitajo o no al ministro Borrell.

En el solar que ocupa el Congreso de los Diputados había un monasterio, el convento del Espíritu Santo. Hoy parece, más bien, que bajo esos cimientos se esconde un volcán de lava ardiente cuyas fumarolas tapan todo el trabajo que se lleva a cabo en esta Cámara en beneficio de la sociedad a la que se debe y que es fuente de su legitimidad.

De hoteles y panes

Un pan casero
Un pan casero

Antaño, porque parece ser que esto cada vez es una práctica más de antaño, la hora de entrada en los hoteles patrios estaba fijada a las doce del mediodía. Ahora, cada vez más, cuando uno llega al establecimiento que le va a acoger, suele suceder que la hora de entrada se demora en ocasiones hasta las dos de la tarde, para sorpresa del cliente. Así ocurre, con una frecuencia creciente. Y se aplica con toda normalidad y naturalidad. Ignoro qué sustento legal, si lo tiene, está tras este cambio de horario. Uno sigue pagando por el alquiler de una habitación 24 horas, no 23. En ausencia de una norma, parece claro que se está imponiendo el retraso de la hora por la fuerza de la costumbre.

Antaño comíamos pan rico, de calidad. De ese que uno, cuando era pequeño e iba a buscarlo a la panadería de la vuelta de la esquina, no podía resistir pellizcar antes de llegar a casa, con la consiguiente reprimenda, siempre cariñosa, de la madre. Hogaño el pan es cada vez más tremebundo. Barras congeladas producidas a escala industrial y horneadas de prisa y corriendo en los supermercados. Y nos lo venden como pan artesanal. De traca. ¿En otros países ocurrirá lo que aquí está ocurriendo? Solución: pan casero.

¿Relación entre panes y hoteles? Ninguna en apariencia. Todas en el fondo. Los hoteles deberían estar hechos de miga esponjosa, en cuyos tiernos recovecos uno pudiera entrar a la hora que quisiera para dormir sin parar imaginando dulces sueños con aroma de infancia.

Formas de la existencia

Ojo de dios
Ojo de dios

Habría que preguntarse el porqué de la forma de la mayoría de frutas, redondas, que pueblan los estantes de los mercados. O por qué todos los edificios tienen que ser cuadrados. Y por el misterio de las líneas rectas que se intercalan en nuestras vidas, con alguna que otra curva. Triángulos los hay también, pero escasean; posiblemente esta carencia de triángulos obedece al respeto al triángulo primigenio, aquel con el que los cristianos de los primeros tiempos representaban al dios, y que sigue siendo símbolo de su primer hacedor. Bueno, al fin y al cabo, todos procedemos de una forma redonda, el vientre de nuestra madre, y tomamos forma de línea para avanzar en la vida. En Occidente, tenemos en nuestra mente un concepto de vida lineal, como de punta de flecha. Parece que uno siempre avanza, pero no es así. Por eso, en Oriente, en cambio, donde poseen un concepto del tiempo más complicado, creen que el tiempo toma forma de bucle y genera caprichosos enredos. Redondo, cuadrado, lineal… Formas básicas de la existencia.