Un mes de claustro

Claustro de San Juan de Duero (Soria)
Claustro de San Juan de Duero (Soria)

Un mes de enclaustramiento ya desde que vino el puto virus y mandó parar. Un mes sin poder ver a los que uno quiere, sin poder pasear por las calles del foro, sin poder besar ni abrazar. Un mes de confinamiento obligatorio. Un mes, y paciencia que aún queda mucho tiempo antes de que la situación vuelva a ser medianamente normal. Un mes de reflexiones. Un mes de desear que ojalá cuando pase la maldita plaga bíblica, que tanto sufrimiento está causando, todos recapacitemos y el mundo no vuelva a ser como antes. Vale, no voy a ser tan iluso: recapitará la gente sensata; los taruguetes seguirán su senda enloquecida. Pero ojalá el escenario DP (después de la plaga) difiera del AP (antes de la plaga) y haya cosas que cambien. Que no todo puede ser el ritmo enloquecido, el consumo sin freno, el desprecio al planeta y al entorno, el desdén por lo colectivo. La peste ha permitido distinguir qué es lo esencial de lo que no lo es, así que todos, dentro de nuestras entendederas, tenemos material para recapacitar.  Dice el sociólogo francés Alain Touraine que esta crisis «va a empujar hacia arriba a los cuidadores». A mí siempre me ha gustado cuidar, y me ha gustado la gente que cuida a los demás. Ojalá que tras la crisis se origine una profunda transformación. Ojalá aprendamos. Ojalá.

Resonancias de Venezuela

Mapa de Venezuela
Mapa de Venezuela

En mi casa familiar carabanchelera, de pequeño, había muchos libros sobre Venezuela, editados en los años 60 y los primeros 70. Su flora, su fauna, su historia, sus leyendas, su Bolívar, su industria… Mi padre trabajaba en una gran imprenta madrileña que imprimía, valga la redundancia, muchos títulos para editoriales de aquel gran país latinoamericano, y de cuando en cuando se traía alguno a casa, porque mi padre siempre pensaba que los libros nunca están de más, sean de donde sean. Era curioso ojear y hojear aquellos volúmenes, que aún hoy andarán por casa de mi padre, en algún estante. Eran páginas exóticas llenas de magia, de ecos de una nación tan lejana y tan próxima a la vez, con curiosas flores, curiosas plantas, curiosas historias.

Hasta aquel país emigró, también en ese siglo pasado no tan lejano, un tío mío, Fermín, el hermano mayor de mi padre, que luego, pasados los años, volvió a España. Y, creo recordar, hasta mi propio padre estuvo tentado de irse allí con su hermano, atraído por un país que era, en aquel entonces, una fuente de riqueza y prosperidad. Si se hubiera ido, yo no habría nacido, o habría nacido en otras latitudes, quién sabe, pero no habría nacido en la que forma que me nacieron.

Ahora, con tanta tribulación como sufre aquella nación, yo deseo que esa prosperidad y esa riqueza vuelvan a nacer en Venezuela, en la Venezuela que mi tío conoció y en la que yo no llegué a nacer. Ya no es tiempo de tiranos. Ojalá retorne a Venezuela un nuevo tiempo para que se vuelvan a desplegar los saberes de aquellos libros que me cautivaban de crío con sus resonancias caribeñas.

PD.- El artista uruguayo Jorge Drexler interpretó el pasado sábado en Madrid esta bonita canción del folclore venezolano, El loco Juan Carabina, de Simón Díaz, y se la brindó a un futuro de paz, concordia y democracia. Esta grabación de abajo es de hace 11 años, pero la de Madrid también pudo ser tal que así.

«Papi, pon la bola»

Las Canciones de la Bola
Las Canciones de la Bola

Cuando era preadolescente, el día que echaban en TVE La Bola de Cristal me quedaba clavado delante de la tele, sin moverme, sin casi pestañear. Qué flipe de programa. Por allí desfilaban los Monster, Alaska, Loquillo, Auserón… Tanto talento comprimido en un programa que luego se convirtió en un espacio de culto. No hay programas así ahora, ni casi los volvió a haber, ni los volvimos a ver. Programas en los que se trataba a los niños como seres dotados de inteligencia, en los que se les enseñaba, o desenseñaba, o desaprendía, a aprender y a desaprender como pretendían los electroduendes; a tener una mirada crítica. A tirar por tierra prejuicios e ideas preconcebidas. A abrir la mente, que ya habrá tiempo de que se te cierre o de que otros te la intenten cerrar. Tantos recuerdos de aquellos fines de semana, revividos estos días con la triste noticia del fallecimiento de la creadora de ese programa de leyenda, Lolo Rico. 

Cuando me cambié a la casa en la que vivo, le regalé a mi hija un CD con las canciones de La Bola, para que ella tuviera una entrada acogedora en su nuevo hogar. Yo sigo poniendo cedés y vinilos; soy así de raro. Muchas veces, cuando le pregunto qué quiere escuchar, Estrella no duda: “Papi, pon la bola”. La bola mola. Y el embrujo de esa bola de cristal sigue hechizando a personas de tan distintas generaciones como somos mi hija y yo.