Tiempo de torrijas y descanso

Una torrija
Una torrija

Las rebanadas de buen pan se van empapando de leche azucarada, antes de pasar por huevo y sumergirse en el aceite de oliva caliente, ese elixir incomparable patrimonio de la cocina mediterránea. Vuelta y vuelta, evitando que se queden secas. Unos breves minutos de chisporroteo y salta la torrija de la sartén a la bandeja. Una vez tostadas, me gusta pintarlas con el almíbar que tengo preparado en un cacito y espolvorearlas de ¡más azúcar! y algo de canela. Ya va una buena remesa y no queda pan. Qué delicia. Me encantan las torrijas, y ahora es tiempo de ellas. Cuando se acabe esta fuente haré otra; ya dejaremos para más adelante la operación bikini; la lorza hay que cuidarla y engrasarla. Hasta a tres euros las venden en algunas pastelerías de Madrid; en esta fuente hay una pasta, pues.  Mientras me relamo de gusto con la que me acabo de zampar, imagino: ¿por qué no sustituir estos días las aburridas banderas de los edificios oficiales, que tenemos tan vistas, por grandes torrijas ondeantes, chorreando dulce? Los padres y madres alzarían a sus niños sobre sus hombros para coger un cacho de la bandera torrijera y dársela de comer a los pequeños; esa sí que sería una buena comunión con el ser de esta piel de toro, en la que tantos símbolos gastronómicos compartimos: pan, aceite, vino, queso… y torrijas de Semana Santa. Gracias de corazón a tod@s los que siguen este modesto bloc de notas (¡ya van casi 4.000 visitas!) y me animan con sus comentarios: buen descanso, si pueden, y hasta la vuelta. A quienes salgan, que vean paisajes que les ensanchen y endulcen el alma.

Paradoja del merengue

Merengue
Merengue

El parte: casi todo sigue nevado. Resulta que estos días hay alguien por ahí arriba, en los espacios estratosféricos (¿?) sobre la vertical de nuestra dulce patria, que no para de montar claras a punto de nieve, produciendo un merengue colosal que derrama a continuación sobre todos los rincones de España, para satisfacción de niños y niñas, esquiadores y aficionados a la fotografía. Qué paradójico: ¿sabían que uno de los trucos para que el merengue no baje y crezca firme es añadirle un pellizco de sal? Ya ven, en repostería lo salado se une a lo dulce para que el merengue no desaparezca. Y en cambio aquí abajo, en las calles de nuestras ciudades, los operarios no cesan de esparcir sal para evitar que la nieve, o el merengue éste celestial, se agarre al pavimento. Una pregunta final: en el Reino Unido, con la que les está cayendo, ¿habrán llegado a recurrir a los almacenes de la ilustre sal Maldon para evitar el merengue on the road? Qué raro es todo.