La cabra y los gritos

La cabra
La cabra

«Me presento. Soy la cabra de la Legión que año tras año asiste al desfile militar del 12 de octubre. Soy la cabra que en los últimos años presencia también los gritos de una panda de humanos asistentes hacia otro humano asistente que tiene las cejas apuntadas, creo que le llaman presidente del Gobierno. Oigan -bueno, no me oirán porque no entienden mi lenguaje-, pero yo siempre me pregunto una cosa: ustedes los humanos de esta piel de toro llamada España, ¿no votan cada cuatro años para elegir quién les preside? Y entonces, ¿por qué esos chillones no manifiestan un poco más  de respeto y buena educación hacia esas cosas que ustedes los humanos llaman instituciones, aunque no les gusten sus inquilinos? Nosotras las cabras nos ponemos a darnos de cabezazos por un quítame allá esas pajas, pero a los humanos se les presupone algo más de saber estar. Y encima esos señores y señoras tan vociferantes se ponen a chillar cuando suena esa musiquilla solemne que llaman himno nacional; pero, ¿no son ustedes tan patriotas? Es curioso, pero juraría -aunque la vista ya me falla- que algunos de esos seres tan vociferantes que chillaban ayer son parientes de otros humanos que venían aquí hace años, cuando era otro humano el que presidía el desfile, un paisano mío gallego caprino (yo también soy de Ferrol) al que yo le tenía mucho cariño: no en vano era un gran macho cabrío, un gran cabrón que anduvo cuarenta años en la tribuna de autoridades. Pero no recuerdo que los antepasados de estos seres tan vociferantes dieran berridos en aquel entonces, no (y eso que mi primo era un dictador al que no se le podía ni votar, ni botar); más bien le aclamaban y elevaban la mano hacia el cielo. Ah, que era para ver si llovía; yo es que de política no entiendo, y además, insisto, tengo la vista cansada.»

 

Inputs y outputs

Cabra
Cabra

Loco mundo. Vacunamos a las máquinas informáticas que nos rodean para que no contraigan virus, se vuelvan locas y perezcan entre estertores de unos y ceros, pidiendo a gritos ser formateadas. Nos gastamos una pasta en medicamentos para nuestros bien provistos botiquines domésticos -casi todos tenemos una pequeña farmacia en nuestro hogar-, mientras en otras partes del mundo carecen de una simple aspirina. Llevamos a nuestros ordenadores a que los miren en clínicas informáticas tras enloquecerlos con toda la información que les metemos, pero nosotros nos creemos los más cuerdos a pesar de que también somos simples terminales sometidas a un incesante trasiego de inputs y outputs por segundo, que tras largos años acaban rayándonos (y rallándonos) el disco duro, sin que haya antivirus que valga para sanarnos de la locura cotidiana. Locos que se creen cuerdos y gentes cuerdas que realmente están como cabras -pobres animales, siempre invocamos su nombre en vano para justificar nuestra insania-; así es la vida.