
Loco mundo. Vacunamos a las máquinas informáticas que nos rodean para que no contraigan virus, se vuelvan locas y perezcan entre estertores de unos y ceros, pidiendo a gritos ser formateadas. Nos gastamos una pasta en medicamentos para nuestros bien provistos botiquines domésticos -casi todos tenemos una pequeña farmacia en nuestro hogar-, mientras en otras partes del mundo carecen de una simple aspirina. Llevamos a nuestros ordenadores a que los miren en clínicas informáticas tras enloquecerlos con toda la información que les metemos, pero nosotros nos creemos los más cuerdos a pesar de que también somos simples terminales sometidas a un incesante trasiego de inputs y outputs por segundo, que tras largos años acaban rayándonos (y rallándonos) el disco duro, sin que haya antivirus que valga para sanarnos de la locura cotidiana. Locos que se creen cuerdos y gentes cuerdas que realmente están como cabras -pobres animales, siempre invocamos su nombre en vano para justificar nuestra insania-; así es la vida.