Historia de una gárgola

Gárgola
Gárgola

«No es mala cosa ser una gárgola en esta catedral. Es mi castigo y, al tiempo, mi satisfacción. En otra vida anterior, yo era una persona tóxica, siempre echando mierda sobre mis vecinos, difamándoles y calumniándoles. Y el tiempo, que acaba poniendo a cada uno en su lugar, me impuso una merecida condena. Al reencarnarme me convirtió en lo que ven: un ser terrorífico en la distancia corta, encaramado en esta cornisa. Después de ¿cuatrocientos años? aquí, me gusta derramar agua sobre los transeúntes de la hermosa flor de piedra que es esta villa. Tengo el honor, reconocido en una medalla de granito que me prendieron sobre el pecho, de ser la primera gárgola de los tejados del burgo que avista el nacimiento del sol. Agradezco sus rayos tempraneros, que calientan esta piel de piedra mía. Y luego veo con tristeza su marcha hasta el día siguiente. En invierno, el agua del día se convierte en hielo por la noche, y me arruga el rostro todavía más. Tales son los hitos de mi vida, en la que disfruto posando para las cámaras de turistas como usted, que me inmortalizó para siempre, al menos para otros cuatrocientos años más.»