
«Esto es una entrevista, pero no le permito que me tutee, joven. Le agradecería que me llamara señora Robinson, sin más confianzas. Estamos en un presidio, ¿sabe usted lo que es eso?, y no quiero que luego mis compañeras de celda me hagan chanzas cuando usted se haya marchado. No, no pregunte más, que me tiene aburrida. Mi ex marido, el ex ministro, decía que ustedes los periodistas sólo van en busca de un titular; pues bien, apunte, que se lo voy a dar: como suelen decir los jóvenes, se me fue la olla. La obsesión enfermiza por buscar la virtud y por evitar el pecado acabó por volverme loca y caer en lo contrario. Ya me lo decía hace mucho una amiga a la que no he vuelto a ver: Tanta represión no es buena, querida, sólo genera desarreglos mentales. Lo malo es que tenía razón. Estoy cogiendo confianza con usted, joven, lo que no sé si es bueno o malo. ¿Lleva mucho tiempo trabajando en prensa? Lástima no haberle conocido en la calle. Vale, te dejo que me tutees: puedes llamarme Iris.»