
Ahora que él ya no está, los recuerdos de los buenos momentos pasados juntos se agolpan en la mente de ella en esta tarde de invierno. De cuando era cría, hace tantos años, e iba a su casa, la casa del abuelo, que le preparaba chocolate con picatostes, y se ponía la cara y el vestido perdidos. De cuando en primavera se quedaba a comer, y el abuelo le hacía de postre unas fresas con nata que decoraba con fideos dulces de colores; aquellos fideos de colores que crujían al masticarlos. Y de aquella vez que los Reyes Magos le dejaron una bici, la primera bicicleta que tuvo, en su casa. Y el abuelo, que vivía en un barrio de una gran ciudad lleno de coches y sin parques cerca, ni corto ni perezoso, se la llevó con su flamante bici para que fuera aprendiendo ¡a un larguísimo pasillo de la estación del metro que les quedaba más cerca de casa! Ella todavía se ríe cuando se acuerda de la la cara de sorpresa que pusieron los agentes de seguridad de la estación, alarmados porque un abuelo y su nieta hubieran convertido aquel anodino pasillo en la etapa final del tour de su infancia.