Mi Cleo

Mi madre, en 1988, con 49 años
Mi madre

Mi Cleo salió de su pueblecito segoviano cuando era una cría y se vino a la gran capital a servir en casas de señores pudientes de las barriadas acomodadas, hasta que se casó con mi padre y dejó esa labor para dedicarse a sus labores. Era cocinera, pero también cuidaba de los niños de las casas que atendía.

Siempre he pensado cómo sería con los niños de sus patronos, y seguro que siempre fue con ellos como fue luego con nosotros: atenta, dulce, generosa y cariñosa. No podía ser de otra forma, porque esa era su naturaleza, la naturaleza sencilla de la gente que parece que no hace nada, o eso se piensan, y que en realidad son quienes sostienen este mundo y lo dotan de cobijo y calor. Pienso mucho en ella, y más a raíz de ver esa película tan cargada de emoción contenida como es Roma, del director mexicano Alfonso Cuarón, tan llena de color a pesar de estar rodada en blanquinegro, que se inspira en la figura de la criada de la casa que cuidó de Cuarón cuando era un crío.

La que fue Cleo para otros se llamaba Felicitas, Liz para su familia. Añoro mucho a mi madre. Su ternura, su dulzura, su amor, su saber estar; su inteligencia detrás de su mirada limpia, clara y sin dobleces, que me sigue acompañando como si siguiera aquí. Seguro que también los niños a los que cuidó, a los que jamás podré conocer, tampoco la habrán olvidado.

Seres plastilina

Plastilina
Plastilina

Éranse una vez unas personas plastilina. Bueno, «éranse» no es de recibo escribirlo, porque nunca han dejado de ser, ni dejarán de serlo en el futuro. La denominación de personas plastilina se la escuchó una vez a un amigo, y le hizo tanta gracia que la adoptó. Dícese de aquellos seres que se amoldan a lo que hay, y son capaces, como le dijo su amigo, de ser colegas tanto de Darth Vader como de Luke Skywalker. Les da igual. El ser plastilina se lleva bien con malos y buenos, con el Imperio o la Resistencia, con víctimas y villanos, con asesinos y asesinados. Así son ellos de flamencos. Su naturaleza es camaleónica. Y su ser, su ser es inane. La plastilina, como dice su definición, se utiliza para modelar esculturas y como material educativo. Pero estos seres de sustancia moldeable es mejor que no se utilicen para nada, porque son ellos los que te acaban utilizando a ti. Ni son modelos a seguir, ni son precisamente ejemplos educativos. Así que, aunque ellos no lo sepan, en su naturaleza llevan su condena. Porque de tanto tomar forma y amoldarse a otros seres y de ignorar cualquier ética, cualquier moral, los seres plastilina carecen de ser.

De hoteles y panes

Un pan casero
Un pan casero

Antaño, porque parece ser que esto cada vez es una práctica más de antaño, la hora de entrada en los hoteles patrios estaba fijada a las doce del mediodía. Ahora, cada vez más, cuando uno llega al establecimiento que le va a acoger, suele suceder que la hora de entrada se demora en ocasiones hasta las dos de la tarde, para sorpresa del cliente. Así ocurre, con una frecuencia creciente. Y se aplica con toda normalidad y naturalidad. Ignoro qué sustento legal, si lo tiene, está tras este cambio de horario. Uno sigue pagando por el alquiler de una habitación 24 horas, no 23. En ausencia de una norma, parece claro que se está imponiendo el retraso de la hora por la fuerza de la costumbre.

Antaño comíamos pan rico, de calidad. De ese que uno, cuando era pequeño e iba a buscarlo a la panadería de la vuelta de la esquina, no podía resistir pellizcar antes de llegar a casa, con la consiguiente reprimenda, siempre cariñosa, de la madre. Hogaño el pan es cada vez más tremebundo. Barras congeladas producidas a escala industrial y horneadas de prisa y corriendo en los supermercados. Y nos lo venden como pan artesanal. De traca. ¿En otros países ocurrirá lo que aquí está ocurriendo? Solución: pan casero.

¿Relación entre panes y hoteles? Ninguna en apariencia. Todas en el fondo. Los hoteles deberían estar hechos de miga esponjosa, en cuyos tiernos recovecos uno pudiera entrar a la hora que quisiera para dormir sin parar imaginando dulces sueños con aroma de infancia.