Cocina (de ideas) con José Andrés

José Andrés Torres Mora
Torres Mora

Torres Mora comparte con José Andrés, el cocinero asturiano afincado en Estados Unidos, el nombre, y no sé si la afición a la gastronomía. Al menos, fijo que le gusta la cocina de ideas. La última creación de nuestro José Andrés, el diputado, es un libro, La izquierda es la libertad (editado en Los Libros de la Catarata), sobre ese viejo debate de qué es la izquierda a estas alturas de la historia. El libro, escrito con ese toque irónico tan propio del autor, se lee de un tirón.

El también diputado socialista, profesor de Sociología y ex jefe de gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero -buen conocedor evidentemente de los fogones de la política-, expone las claves de la izquierda reformista, aquella cuya denominación parte de la Asamblea Nacional francesa de 1789, y pone en tela de juicio los desvaríos populistas y su crítica a la democracia. Alerta Torres Mora de que “las clases medias educadas, con buena formación técnica, son las primeras que, en la práctica, se han rendido a los viejos cantos de sirena antidemocráticos”. En suma, como le escuché una vez a alguien, que son a menudo los menos necesitados de la política, en el sentido de un poder que reforma la sociedad, los que más frecuentemente son seducidos por los populismos.

Torres Mora es abanderado de una izquierda socialdemócrata que defiende el Estado del Bienestar, “la combinación de libertades públicas y derechos sociales que sigue siendo el mejor sistema político que han tenido los seres humanos en su historia”, que construye un proyecto político “de igual libertad” y que mantiene un espíritu crítico: “Lo importante para la izquierda no es atarse a dogmas, ni consignas, sino cultivar la razón y la creatividad, puestas al servicio de los mejores valores y los más nobles sentimientos, y atreverse a explorar nuevos caminos, nuevas formas de alcanzar que los seres humanos tengan una vida plena”, concluye el autor de este pequeño volumen/recetario de ideas de izquierda en modo real, de las que evitan las espumas de sabores y prefieren la masa madre. Cocina con sustancia y con enjundia, como la del otro José Andrés.

Revuelta doméstica

Nevera
Nevera

Tuve noticias de que se me iba a montar una revolución en el patio de atrás y, como no lo tengo en esta microvivienda, las tensiones se han trasladado a la cocina. La tostadora no para de escupir panes requemados contra el lavavajillas, que a su vez produce grandes cantidades de espuma asfixiante sin depurar que están a punto de cortocircuitar la nevera; ésta, mientras, ha creado en su inmensa perversidad unos hielos afilados que están rayando la vitrocerámica, que está alcanzando unas temperaturas infernales para fundirlo todo, siguiendo el viejo adagio de «de perdidos al río» (o «from lost to the river» parece ser que ha dicho a sus ex colegas de cocina, chapurreando algo de inglés teniendo en cuenta que todos son made in korea). Por lo que me dicen mis informadores apostados entre los tarritos de especias de los estantes superiores -porque yo tengo miedo de mirar dentro del cuarto, no vaya a ser que me salpique la sangre de la escabechina- lleva las de ganar la lavadora, que conoce al detalle los trapos sucios de tod@s. Y ya se sabe que la información es poder.

2 de mayo, teatro y manduca

La moza de cántaro
La moza de cántaro

Llegaron, de matute y con sigilo, las fiestas del 2 de mayo, las de la Comunidad de Madrid, este año parece que más inadvertidas que nunca (y mira que es difícil). En lo que a mí me toca, yo disfruté de la velada previa con un par de elecciones de ocio y cultura, que modestamente traslado para disfrutar del festejo. Una primera, la obra La moza de cántaro, un clásico de Lope de Vega, interpretada hasta el 13 de junio por una hornada de jóvenes actores y actrices de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), con gran éxito de crítica y público, en el Teatro Pavón de esta villa. La moza, aunque no rompa el cántaro físicamente, lo rompe metafóricamente con su empeño, como explica el director del montaje, Eduardo Vasco, en hacer posible «lo imposible para una mujer en un mundo de hombres». Más cántaros tendrían ellas que romper. Y un creador que también rasga moldes es Alberto Chicote, con su propuestas innovadoras. Mi admirado chef hace una mirada al pasado con su participación en 1808, un menú reinterpretado -una iniciativa de la Comunidad que recrea platos tradicionales de hace dos siglos-, mientras mira al futuro con su pasión por oriente. Cenar anoche en su restaurante Pandelujo, a orilla del frescor y del rumor del jardín acuático de su interior para combatir la calima, es un lujo para los sentidos, sobre todo si uno comparte la extraordinaria manduca en la inmejorable compañía de una mujer que rompe moldes y puede disfrutar de un buen rato de conversación con Alberto. En mi caso, las dos últimas premisas se cumplieron con creces; ¡qué suerte la mía para este 2 de mayo!