
Llegaron, de matute y con sigilo, las fiestas del 2 de mayo, las de la Comunidad de Madrid, este año parece que más inadvertidas que nunca (y mira que es difícil). En lo que a mí me toca, yo disfruté de la velada previa con un par de elecciones de ocio y cultura, que modestamente traslado para disfrutar del festejo. Una primera, la obra La moza de cántaro, un clásico de Lope de Vega, interpretada hasta el 13 de junio por una hornada de jóvenes actores y actrices de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), con gran éxito de crítica y público, en el Teatro Pavón de esta villa. La moza, aunque no rompa el cántaro físicamente, lo rompe metafóricamente con su empeño, como explica el director del montaje, Eduardo Vasco, en hacer posible «lo imposible para una mujer en un mundo de hombres». Más cántaros tendrían ellas que romper. Y un creador que también rasga moldes es Alberto Chicote, con su propuestas innovadoras. Mi admirado chef hace una mirada al pasado con su participación en 1808, un menú reinterpretado -una iniciativa de la Comunidad que recrea platos tradicionales de hace dos siglos-, mientras mira al futuro con su pasión por oriente. Cenar anoche en su restaurante Pandelujo, a orilla del frescor y del rumor del jardín acuático de su interior para combatir la calima, es un lujo para los sentidos, sobre todo si uno comparte la extraordinaria manduca en la inmejorable compañía de una mujer que rompe moldes y puede disfrutar de un buen rato de conversación con Alberto. En mi caso, las dos últimas premisas se cumplieron con creces; ¡qué suerte la mía para este 2 de mayo!
El Teatro Pavón, el antiguo cine de mi infancia en los finales de los 40 y los 50.