El censor

Tijeras
Tijeras

«Amada doctora, le habla Cleofás Cista, para servir a Dios y a usted. Perdone que no haya podido ir a la consulta y que le escriba este correo eléctrónico, pero me dio un ataque de melancolía pensando en cuando era más joven y trabajaba de censor para el régimen. ¡Ah! Qué placer me producía cortar una película subidita de tono en la que aparecía un beso, no le digo nada si el corte afectaba a un seno incipiente, o a la curva de un muslo… Pero no era menor el también intenso placer que me generaba cortar de un libro palabras como «democracia», «derechos humanos», «libertad». ¿Y qué hacía con todos esos recortes? Los iba archivando en una caja, y por las noches los mezclaba en fantasías interminables, con un sucio y paradójico sentimiento de culpa. Lástima que la llegada de la democracia arruinara mi trabajo y me condenara a vagar como alma en pena. Estoy ya mayor, pero, dígame la verdad, ¿cómo estoy de salud para emigrar a otro país en donde pudiera retomar mi vieja querencia por las tijeras, China por ejemplo? Si lo de China no me lo recomienda, había pensado como alternativa irme a Valencia: allí seguro que el presidente Camps me podría dar un buen puesto para eliminar de las emisiones públicas palabras como «correas», «bigotes», «trajes». ¡Gran placer!»