
Los humanos somos continentes con contenido: vísceras, sangre, otras entrañas. Si nos pinchamos, o nos pinchan, siempre exportamos algún tipo de fluido. En general no nos gusta que nos pinchen (siempre hay depravados/as), pero no tenemos empacho en pinchar a la Tierra, el planeta que nos contiene a tod@s, de la que nos olvidamos que también sufre cuando le sometemos a estas prácticas que tan poco nos gustan en nuestra propia piel. Qué paradójico. El ser humano lleva milenios con el casco de minero puesto, horadándola, perforándola, raspándola, estrujando la tierra para extraer sus riquezas naturales, ora petróleo, ora carbón, ora granito… Lo que toque. Antes preferíamos el oro para hacer caros abalorios y tener un patrón para nuestras monedas. Ahora buscamos como posesos silicio, materia prima básica para la industria electrónica, fundamental para tener bien engrasados nuestros circuitos informáticos; por fortuna abunda bastante. Menos comienza a abundar el petróleo, otro fluido fundamental en nuestro modelo económico, cuyos yacimientos dan síntomas de agotamiento y hartura. Uno de ellos, frente a las costas de Estados Unidos, quizá cansado de los permanentes pinchazos, ha generado una inacabable vomitona que lo está ensuciando todo. Posiblemente sea una venganza: «¿No querías caldo? Pues toma dos tazas». Y lo malo es que parece ser que no podemos dejar de horadar, perforar, raspar y estrujar.