Lo privado ya es público

Conversación
Conversación

Conversación mañanera en el bus. Una pasajera habla con alguien por el móvil, mediante esos auriculares que convierten en públicas conversaciones que antes eran privadas (quien así lo quiera, claro). Con las tecnologías se pierden el sentido del pudor y de la intimidad.

“Tú estás muy ida, pero mucho. Te vuelves a embarcar en un matrimonio con alguien a quien acabas de conocer en un chat, que te dice cuatro cosas bonitas y ya te vuelve loca. ¡Pero si no le conoces de nada! Os volvéis tontos con las redes, no sé dónde vamos a llegar. ¿No te das cuenta de que solo quiere tu dinero, que le compres un departamento lindo y luego te quedes en la calle? Ay, qué tonta estás. Y lo peor es que no haces caso de la gente que te queremos y te guiamos para que no metas la pata. Te da igual, solo escuchas lo que quieres oír y de quien quieres oírlo, de ese tipo cuya vida ignoras. Qué distintas somos tú y yo. Yo no pongo la mano en el fuego por nadie, y tú no dudas en arrojarte al brasero a la primera de cambio. ¡Si soy yo, que llevo trece años casada con mi marido, y sigo sin conocerle! Vamos, que no puedo llenarme la boca de él, de mi marido, porque sigue siendo un enigma.”

¿Cómo me he puesto así de gordo?

Arenques
Caja de arenques

«Ando ya para los ochenta años. Me acuerdo de cuando este barrio era un pueblín desangelado al otro lado del Manzanares, en aquel entonces tan lejos del centro de Madrid. Me vienen a la cabeza la guerra, el hambre que vino antes y el hambre y el horror que vinieron después con la victoria del fascio redentor. Años de plomo. Entre tanta grisura sonrío con recuerdos de pequeñas tonterías, de cuando subíamos en el tranvía que nos llevaba al centro, que iba brincando entre el adoquinado de las calles. El puentucho que había sobre el río, que había que reconstruir en cuanto el Manzanares crecía un poquito con las lluvias del invierno (que en aquellos años llovía un poco más, aunque este invierno no está siendo nada seco). Y chupábamos la raspa de la sardina arenque en salazón que comía mi padre, cuando podía, casi que como único sustento. Oiga, usted, qué hambre he pasado yo, un hambre de siglos, una hambruna insaciable. Como un ratón he roído cortezas de jamón, espinazos de cerdo, esas raspas de sardina arenque que le decía, mendrugos de pan miserable, los cachos de tocino rancio y trozos de algo que se parecía al queso, duro como una piedra. Quién me ha visto y quién me ve, porque lo que no me explico, oiga usted, es cómo me he podido poner así de gordo, con toda la hambre que yo he pasado…»

Inmigrante aliviado

Cataluña
Cataluña

«Está claro que el señor Mas se volvió un poco loco, oiga; dicho sea sin ofender y en mi modesta opinión. Yo llevo aquí sinco años de taxista; soy de Colombia. Soy inmigrante, pero no soy tonto. Yo pensaba que Mas lo iba a conseguir en estas elecciones, con esos mítines con tantas banderas; venga banderas por todos lados. Con todos los problemas que tiene España, faltaba esto de la independencia de Cataluña para añadir uno más. Pero ahí el empresariado ya le ha dicho que de qué iba, que si estaba loco o qué; que esto del soberanismo está bien para dar pedales, pero no para que se salga la cadena de las ruedas, que se iba a dar un tortaso, y ensima fuera de Europa. Y luego está lo de los recortes sociales. Mire usted, en Cataluña conozco a algún compatriota que está harto de los recortes del Mas, que han sido a lo bestia. Posiblemente mucha gente le ha dejado de votar también por eso, por los recortes. O sea, que me alegro como taxista que soy de que no se levante una nueva frontera en Cataluña, porque mira que sería triste tener que pasar una barrera si alguna vez me salía algún viaje con el taxi. Yo soy colombiano, pero vivo aquí y tengo derecho a opinar de las cosas. Creo que Mas debería irse para su casa, pero ya sé que en este país, como en el mío, no dimite nadie. Bueno, aquí se apea usted, ¿no?; pues buenas noches, y qué alivio. Que intenten resolver la crisis y se dejen de ensoñasiones y de banderas.»