Stay in your bodies!

Confucio
Confucio

«(Ruido de sirenas, ulular y una voz a través de una potente megafonía). Entendimos la señal. La catástrofe ha llegado. No queda mucho tiempo. Ya decía Confucio (¿o era otro?) que cuanto mayor es el caos, más próxima está la solución. Que no cunda el pánico. Les rogamos por favor que permanezcan en sus cuerpos; que nadie aproveche para irse fuera de su envoltorio humano antes de tiempo, y menos todavía para introducirse en el cuerpo del que tienen al lado aprovechando la confusión y la risa histérica en estos últimos instantes de existencia. No, no jodan ahora; mantengan el decoro. Que los historiadores del futuro no digan que no desaparecimos con honor. Permanezcan en sus cuerpos hasta el estruendo final, insistimos. Es increíble; hay hasta turistas viendo el espectáculo y haciendo vídeos con el móvil, ignorantes a lo que sucede: a ver, ustedes, Please, stay in your bodies!»

Confusiones cotidianas

Confusión
Confusión

«Seguro, doctora, que a usted le ha pasado en alguna ocasión: llegar al torno del Metro e intentar franquearlo haciendo ademán de meter la llave de casa. El caso contrario es más raro: llegar a la puerta de casa e intentar abrirla con el cupón del abono transporte, pero puede darse, aunque a mí no me haya sucedido. Total, son confusiones que forman parte de nuestra vida cotidiana. A veces, en el quiosco, me he confundido y he pagado el periódico que leo desde hace años con el vale de comida que me entrega la empresa, en lugar de entregar el cupón correspondiente como suscriptor, y lo raro es que el quiosquero no me ha dicho nada. Bueno, al final estamos hablando de lo mismo: nutrientes, unos alimenticios, otros informativos. También me ha pasado darle un beso a mi jefe creyendo que es mi esposa, y estrechar la mano de mi esposa confudiéndola con mi jefe. A veces incluso me levanto por la mañana, me miro en el espejo y veo a un señor que dice ser yo, aunque yo hace años que no conozco ese careto. Menudo lío, doctora.»

Confusión alfanumérica

El móvil
El móvil

«Mi empresa me cambió el móvil corporativo, como se dice ahora, y durante los primeros días anduve feliz. Es de estos modernos, muy chulos, con una tocha pantalla táctil, que puedes toquetear permanentemente con un lapicerito o ¡ayyyy! con las yemas de los dedos; qué excitante. Sólo le faltan dos cosas al/la pobre: hablarme al oído, motu proprio -susurrarme mejor-, y dominar alguna especialidad repostera: la crema pastelera, por ejemplo. Anduve feliz, repito, sobre todo porque el recién estrenado cacharro, a diferencia del teléfono anterior, no me daba mucha lata. Apenas sonaba a horas intempestivas, ni me sobresaltaba con eseemeeses inoportunos de mis superiores, con órdenes imposibles e incluso contradictorias. Hasta que descubrí que algo funcionaba mal en el aparato, y mi actual mujer se agarró un gran mosqueo, porque desde el nuevo terminal le llegaban llamadas mías que yo juraría no haber hecho, con conversaciones extravagantes de fondo. Y pasadas novias también se alarmaban (o se alegraban, depende) al recibir llamadas que yo tampoco creo que quisiera hacerles. Antes de que la confusión fuera a peor, por fin se descubrió que el origen de todo el jaleo estaba en un  equivocado código alfanumérico que portaba el móvil, y que detectó a tiempo un informático de mi empresa. Ahora estoy pendiente de que ese informático tan avispado le pueda hacer un chequeo a mi mente, porque yo creo que también arrastro algo raro en mi propia configuración alfanumérica.»