
«Seguro, doctora, que a usted le ha pasado en alguna ocasión: llegar al torno del Metro e intentar franquearlo haciendo ademán de meter la llave de casa. El caso contrario es más raro: llegar a la puerta de casa e intentar abrirla con el cupón del abono transporte, pero puede darse, aunque a mí no me haya sucedido. Total, son confusiones que forman parte de nuestra vida cotidiana. A veces, en el quiosco, me he confundido y he pagado el periódico que leo desde hace años con el vale de comida que me entrega la empresa, en lugar de entregar el cupón correspondiente como suscriptor, y lo raro es que el quiosquero no me ha dicho nada. Bueno, al final estamos hablando de lo mismo: nutrientes, unos alimenticios, otros informativos. También me ha pasado darle un beso a mi jefe creyendo que es mi esposa, y estrechar la mano de mi esposa confudiéndola con mi jefe. A veces incluso me levanto por la mañana, me miro en el espejo y veo a un señor que dice ser yo, aunque yo hace años que no conozco ese careto. Menudo lío, doctora.»
El otro día, con cierta sorpresa me encontré un yogurt, vacío en la nevera. La cuestión es que no pude echarle la culpa al super, ni siquiera a la marca. La cuchara de postre dentro del envase me delató, así que cuando busqué hasta la saciedad, incluso en la zona de los huevos, ¿se llama huevera? el chorizo de Tineo para las lentejas, no lo encontré, posiblemente con éste trasiego choricero y culinario presuntamente, los haya tirado a la basura. El choriceo tan continuo perturba hasta las mejores casas y cabezas.
La mente juega malas pasadas. Y la edad.