
«Verá, doctora. De pequeño criaba gusanos de seda en una caja de zapatos, un entretenimiento casi desaparecido ahora, en esta generación de niños atados a consolas audiovisuales. Creo que una vez también tuve una lagartija en una caja; decoré las paredes con recortes de libros (de paisajes que suponía que le podían agradar al bicho aquel, claro, para no traumatizarle). Pero lo de los gusanos era un pasatiempo curioso, mi favorito. La vida se desarrollaba apresurada entre las cuatro paredes de esa caja, en un trasunto de la propia existencia: huevos, gusanos, capullos, mariposas… con mucha morera de por medio. Y ahora, tantos años después de la experiencia gusana, y talludito como estoy, me veo en mi piso, también entre cuatro paredes. Y a veces alzo la mirada al cielo, intentando interpelar al señor de los gusanos (o de los capullos, que abundan mucho; mariposas también las hay, pero menos): le hago alguna que otra pregunta a ese señor, pero no obtengo respuestas y sólo escucho el silencio. Así que, preso del aburrimiento, me voy a preparar una ensalada de morera para matar el tiempo: ¿alguien tiene algún aliño especial?»