
Pudo ser una pesadilla, o un desvarío producido por un cierto estado febril, pero fue cierto. Ocurrió la otra tarde, junto al nuevo paseo ribereño del Manzanares, en la capital. Un grupo de adolescentes correteba entre unos montones de tierra de una de las dos márgenes del río, la que está todavía sin urbanizar, a la altura de las instalaciones de Matadero Madrid. Se aproximaron a la zona debajo de uno de los puentes que salvan el cauce, y de repente comenzaron a arrojar piedras contra unas tiendas de campaña que allí se encontraban, es de suponer que instaladas por personas sin techo, y afortunadamente vacías en ese momento. Incluso intentaron volcar un tendedero precario que sujetaba unas prendas de vestir junto al improvisado campamento. Tras un momento de incredulidad por el hecho de no dar crédito a lo que veían sus ojos, la gente que se encontraba en la otra margen del río comenzó a increparles, y los gamberros se dieron a la fuga. Antes de huir, uno de ellos se giró, desafiante, vestido con botas militares, hizo el saludo fascista y lanzó un ¡sieg heil!, de manera tan forzada que casi estuvo a punto de perder el equilibrio y estamparse contra el suelo. Increíble, pero cierto. No hay mejor vacuna contra la intolerancia fascista que trayectorias como las del escritor Jorge Semprún, que este mismo fin de semana asistió a la celebración del 65 aniversario de la liberación del campo de concentración nazi de Buchenwald. ¡Nunca más fascismo!